Los niños en ocasiones son «transparentes» y muestran su emociones de manera clara. Pero en otras ocasiones no sabemos bien si un acontecimiento traumático o situaciones constantes negativas (pero menos intensas), le han causado mella o no.
Solemos indentificar a personas depresivas con actitudes de falta de energía, tristeza extrema, expectativas catastróficas sobre el futuro y sobre uno mismo, etc. Y en muchas ocasiones así es también en niños y adolescentes, pero en no pocas otras la sintomatología, además, va acompañada de comportamientos agresivos hacia otras personas, irritabilidad, falta de concentración, etc.
Debe ser un psicólogo con experiencia el que identifique y diagnostique estas situaciones emocionales peligrosas; debemos evitar el :»mi hijo tiene una depresión porque encaja con lo que leí en un blog…».
Y tras esa certera identificación, confiar en un profesional de la psicología (en ocasiones además en un psiquiatra para que aporte la ayuda medicamentosa necesaria y temporal) y poner en marcha sus pautas. Desde la escuela, desde la familia y desde él mismo o ella misma, a nivel personal.
El curso de estos problemas suele ser de evolución lenta; por lo que debemos ser «policías» de las actitudes que queremos conseguir; y al ver al niño o adolescente cambiando esporádicamente de actitud, reforzarle. La paciencia, una vez más una virtud.
La terapia cognitivo-conductual, que incluye herramientas como la terapia de «Activación Conductual AB» suele ofrecer mejores resultados que otro tipo de intervenciones.