¿Tan difícil es? Pues debe ser que sí. Los padres tenemos la rara hablidad, no siempre extendida todo hay que decirlo, de sacarle punta a la comunicación. Llegar a extremos desde el más absoluto amor por los vástagos.
Cuando preguntamos porque hablamos mucho; cuando nos callamos porque no nos interesamos lo suficiente…
La comunicación entre padres e hijos es difícil; no existe un manual, pero podemos seguir unas pautas que nos indiquen la estela de la mar a la que dirigirnos.
Sabiendo que no existen consejos concretos para todas las situaciones familiares, y aún a riesgo de meter la pata, diremos que el primer consejo es, cómo no, hacer caso a nuestra propia biología: tenemos dos oídos, dos ojos pero una sola boca.
El seguno consejo es abandonar «lo razonable» y entrar en «lo útil». No debemos seguir haciedo algo que vemos que no funciona; por mucha razón que tengamos.
El tercer consejo es practicar la «firmeza flexible». Un «no» es un «no» casi siempre; las únicas excepciones son situaciones de fuerza mayor. Para ellos debemos abandonar las improvisaciones y reflexionar, desde antes, los puntos inamovibles que no son negociables.
El cuarto y último consejo es saber que la familia es una institución no-democrática, pero que ofrece un amplio margen para que los hijos tomen sus propias decisiones en determinados ámbitos.