Ante el miedo nuestro cuerpo reacciona utilizando todos los recursos corporales más primitivos y compartidos por muchos animales para hacer frente a la demanda de manera instantánea. De hecho, las zonas del cerebro que se activan con el miedo las compartimos con muchos animales, incluso reptiles.
Pero el tiempo de reacción del miedo es limitado. Es decir, que no «podemos» sentir miedo durante mucho tiempo y muy intensamente, porque nuestro cuerpo se agotaría y comenzarían a aparecer consecuencias derivadas de ello: ansiedad, depresión, fobias, falta de control de los impulsos, iritabilidad, ataques de ansiedad, etc.
Existen dos tipos de miedos. Ambos tipos experimentan el mismo tipo de sensaciones físicas y reacciones fisiológicas de nuestro sistema nervioso autónomo.
Los miedos «tipo 1» son los referidos a aquellas circunstancias externas que ponen en riesgo nuestra integridad física de una manera evidente. Por ejemplo. miedo a las alturas, a las pistolas, a los cuchillos, a ciertos animales peligrosos, a saltar desde lugares elevados, … Estos miedos se «solucionan» evitando el contexto elicitador que los provoca.
Los miedos «tipo 2» son los miedos aprendidos. Aquellas situaciones ante las que nuestra razón nos dice que no deberíamos reaccionar así; pero ante las que nos paralizamos o salimos corriendo. Por ejemplo: hablar en público, que te critiquen, los ascensores, los aviones, etc, etc. La diversidad puede tan amplia como situaciones existentes.
La manera más acertada de abordar este segundo tipo es afrontándolos. Cada vez que afrontamos un miedo tipo 2, estamos enseñando a nuestro cerebro a dejar de responder con reacciones de miedo a algo que no nos está haciendo un daño objetivo; y cada vez que reaccionamos huyendo o evitando, estaremos reforzando la respuesta de miedo. En nuestras manos está. ¡Y estas decisiones las toma el sistema nervioso central!