¡Tanto nos gusta a los humanos simplificar nuestras calificaciones (quizá por economía mental) que tendemos a hacer clasificaciones dicotómicas. Pues vamos a ello.
La reacción del cuerpo ante una demanda que no podemos satisfacer y su consecuente «ruptura» bio y fisiológica; es decir, el estrés, podemos clasificarlo como bueno o malo.
A los psicólogos, y a mi especialmente, no nos suele gustar utilizar esas expresiones, porque implican moral y valores. Los psicólogos no deberíamos entrar ahí. Pero sí en los efectos de nuestros comportamientos y emociones en nuestro cuerpo.
El estrés «bueno» o EUSTRÉS es el que «nos pone las pilas». Cuando voy a la oficina, me gusta que haya asuntos que resolver, me encanta cuando a base de hablar con uno y otro van saliendo las cosas… un día sin hacer nada es un día la mar de agobiante…
El estrés «malo» o DISTRÉS, es el que nos afecta y nos perjudica. Nuestro cuerpo responde, automáticamente con indicadores de «ruptura fisiológica y biológica». Me dijeron un viernes que el proyecto es para una semana. Imposible, deberé quedarme hasta tarde, cancelar mis citas personales… no llego, fijo que no llego y además sale un churro… ¡asco de trabajo!… Llevo dos dias sin pegar ojo, me duele la cabeza, pierdo el apetito,…