El miedo es una de las emociones más básicas del ser humano. Sin el miedo no habríamos sobrevivido como especie. En realidad su función es adaptativa, ya que actúa como una alarma que nos indica que nos salvemos del peligro. Lo malo es que a veces el miedo no es real, o no responde a una amenaza física verdadera.
Todos los niños y niñas tienen miedos, algunos leves que se presentan sin razón aparente y que tienden a desaparecer (miedos evolutivos). Sin embargo, hay miedos que permanecen más tiempo del que se considera prudente y desde la familia comenzamos a probar diferentes técnicas sin resultados.
Uno de los más comunes es el miedo a la oscuridad. Uno de cada tres niños/as lo padece. Acostumbra a desaparecer alrededor de los 9 años. El temor a la oscuridad se asocia con miedos diferentes: separación de padres y madres, soledad, pesadillas, desamparo, etc:
• El niño/a debe aprender a dormir a oscuras y no necesariamente en silencio absoluto, ya que esto le lleva a sobresaltarse con el menor ruido.
• Establecer una rutina para acostarse: acostumbrarles a seguir la misma pauta o ritual antes de ir a dormir.
• Si tiene pesadillas, consolarle con la luz apagada.
• Practicar juegos en la oscuridad: la gallinita ciega, regalos escondidos en la oscuridad, el escondite, etc.