«La idea es buena, me vendrá bien, pero es que no tengo tiempo para eso».
Estamos tan ocupados en apagar fuegos, que no nos paramos a hacer cortafuegos, ni mucho menos hacer cursillos absurdos sobre cómo evitar riesgos de incendios… Eso es muy fácil: no prender fuego y ya está.
Siguiendo con el símil de lo que arde, parece que sólo tenemos tiempo de apagar llamas: «hoy es el último día, luego pospongo lo demás«. ¿Y cuándo nos ocupamos de las brasas?: «algo de lo que le dije le sentó mal a mi compañero de trabajo, bueno, da igual, él verá…» ¿Y los cortafuegos?, en invierno habrá que pasar la desbrozadora: «me ofrecen un curso de pilates para destensar los músculos, tiene buena pinta,… pero no cabe en mi agenda; mejor me dedico a preparar la comida de mañana…»
Y así seguimos, como decía aquél: «eldiaadiamecome«; y no me deja ver más allá de mis narices…
Pero… ¡eureka! La raza humana sigue sorprediéndonos… y tras una crisis, tras tocar fondo de alguna manera, o por miedo a las consecuencias, para evitar mayor conflicto… paramos, nos cuidamos, nos dedicamos tiempo, escuchamos a nuestro cuerpo, a sus señales. Y vemos que hemos de hacer pequeñas reparaciones: destensar músculos, rehabilitar cuello, dormir mejor, conseguir digestiones más ligeras,…
Y así vamos, con una de cal y dos de arena… Pero el que lo prueba repite. Si paramos, repensamos nuestros tiempos, nuestros ritmos, nuestras prioridades, nuestras decisiones al fin y al cabo; nos dedicaremos un poquito más de tiempo para nosotros y repercutirá, siempre, en nuestros seres queridos.