Ninguna persona está preparada para escuchar que su hijo/a tiene un trastorno “x”. Es cierto que para algunas familias recibir un diagnóstico puede suponer un alivio, ya que expresan: “por fin sabemos cómo tratarle y como debemos actuar…”. Son familias que son conscientes de que algo hay y llevan tiempo dándose cuenta de que las cosas no marchan bien.
Sin embargo, normalmente después de recibir un diagnóstico psicológico “grave” (lo que es grave para unos puede ser leve para otros) pasamos por un proceso de incredulidad, negación, aceptación, cambio, dudas, tristeza, incertidumbre, culpa, frustración, rabia y preocupación. Nos preguntamos: ¿se “curará” o será para toda la vida?, ¿cuántas sesiones serán necesarias?, ¿cuánto tiempo será necesario para ver cambios?, ¿cuál es la mejor intervención?, ¿existe medicación?… Nuestras expectativas y castillos creados en el aire pueden desvanecerse por completo o suponer metas en nuestro caminar.
No existe una única respuesta para cada pregunta que podemos formularnos. Aún con el mismo diagnóstico, la duración del tratamiento, la medicación, la intervención,… puede variar bastante.
Todas estas emociones y preguntas que nos surgen entran dentro de lo esperado en ese camino largo por recorrer. Nos ayudará:
- Unirnos a personas que estén pasando lo mismo que nosotros.
- Buscar ayuda psicológica para el tratamiento necesario.
- No compararnos con otros, cada persona es única.
- Aceptar el hecho de que hay cosas que no se pueden controlar.
- Pedir y darnos apoyo entre familiares y amigos.
- Cuidar de nosotros mismos: comer bien, descansar y atender nuestro aspecto físico.
- Tener información contrastada sobre el diagnóstico.
- Ser pacientes con la evolución de nuestro/a hijo/a.
- No esconder el diagnóstico de tu hijo/a.