«Perdona, lo siento, es verdad, me he equivocado»
Expresiones como esta nos sitúan en los inicios de la reconciliación y del reencuentro, del acercamiento. ¿Por qué?
La dinámica del conflicto lleva automáticamente al fortalecimiento de las posiciones propias frente a las ajenas. Sentirnos en conflicto con alguien hace que afiancemos de serie nuestros pareceres, nuestros razonamientos y nuestros intereses frente a la persona que tenemos frente a frente.
No pocas ocasiones sentimos la certeza de que sólo con un gesto del otro, con un movimiento lógico, necesario y hasta fácil , podrá comenzar a destensarse el conflicto. Nuestro automatismo nos lleva a situar la clave de la desfiguración del conflicto en el paso que la otra persona debe dar, lo que él debe hacer; siempre mucho más significativo que cualquier paso que podamos dar nosotros.
El perdón tiene la cualidad de no ser un movimiento tan aparentemente «innato». Parece contra natura, pero me resisto a calificarlo definitivamente así. Nos sitúa como agentes individuales del cambio, sólo nosotros soportamos el paso que damos, por nuestra cuenta, sin esperar nada a cambio. Nos movemos para que todo se mueva; pero desde nuestra propia iniciativa, sin esperar nada a cambio. Éste es el arranque genuino del perdón: el movimiento propio, voluntario e intencionado para destensar un conflicto.
Después viene la reacción del otro, vienen sus mensajes, sus sentimientos, que escucharemos como parte de un nuevo camino que comenzamos hoy a andar.
El perdón es un acto de generosidad hacia la situación conflictiva, que busca destensarla; sin ninguna contraprestación.
Sólo avanza, avanza solo. Y luego espera, mira, observa.
Ojalá veamos más pasos de perdón.
Día 20 de abril, Día del Perdón.