Jugar y los juguetes. Dos caras de la misma moneda: la diversión y el desarrollo de los valores en los niños y niñas.
En ocasiones pensamos que el juguete más caro, el que «hace más cosas» puede ser el que más aporte a nuestro hijo o a nuestra sobrina. A veces pensamos que la diversión debe ser máxima con sólo apretar un botón. En otros momentos queremos que el placer llegue a raudales, al abrir el envoltorio y ver el contenido. Pero nos equivocamos.
Para que un juguete pueda producir esos sentimentos y emociones en un niño, debe ser atractivo para él, sí; pero debe favorecer un juego activo; una interactuación proactiva del niño o de la niña. El juguete debe provocar al niño a que él aporte su creatividad, paciencia, destreza, habilidad, sociabilidad,…
Lo juguetes pasivos, que únicamente requieren ser contemplados, no aportan más que sensaciones de sorpresa o admiración; pero no ayudan a poner en marcha a los niños, a sacar lo mejor de ellos mismos.
Los juguetes activos, piden al niño que juega una respuesta, una actitud, un control, una hablidad,… y favorecen su desarrollo.
Por último, debemos saber que el mejor juguete ya está comprado, y no se vende en la tiendas: los adultos que educamos a los niños y nuestro tiempo.