El autoconcepto es la imagen que tenemos de nosotros mismos, basada en lo que hacemos («soy un representante público»). La autoestima es la valoración de dicha imagen, el tono que le damos a ese autoconcepto («soy un responsable y fiel representante público»).
¿Y qué pasa cuando echamos la culpa de nuestros actos a otras personas? Analicemos. Pues bien, al culpabilizar a alguien cuando «no nos ha quedado más remedio que hacer eso»… realmente estamos manifestando una autoestima muy considerada con nosotros mismos. Por decirlo más claramente, nos queremos infinitamente cuando no nos queda más remedio que actuar contra alguien o contra algo dada la actitud de nuestro interlocutor (por causa de). «Cuando no me dejas más alternativa que hacerlo, la culpa de lo que hago será tuya».
Esta actitud implica que nos queremos a nosotros mismos… demasiado. Sí, he dicho demasiado. ¿Puede uno quererse tanto que no sea adecuado para su bienestar a largo plazo? Pues claro. En estas situaciones en las que percibimos con claridad que los demás son el origen de aquel daño que hacemos, estamos ciegos. No vemos que el responsable de los actos somos nosotros mismos. Cada uno es siempre responsable de sus actos.
Pensemos en multitud de ejemplos en los que las personas tenemos mucho margen de actuación frente a los contratiempos, las frustraciones y las contrariedades con las que nos encontramos en nuestro devenir diario. Si no sale como yo esperaba, si no se comporta esa persona como yo espero o como creo que debe, me frustro, y para salir de la frustración, echo la culpa de lo que vaya a hacer a continuación.
«No me dejó otra alternativa», «me veo abocado a hacerlo», «sólo me dejas esa opción»,… son excusas que nos salvan de calificarnos como malas personas por hacer algo a sabiendas que no deberíamos hacerlo. Esas explicaciones percibidas como ciertas, nos quitan esa culpa y la colocan en la otra persona: autoestima a salvo.
Demasiada autoestima puede ser perjudicial para la salud. En caso de duda consulta con su psicólogo.