Las hay de dos tipos fundamentales, atendiendo a su mayor o menor respaldo científico. Los dos deben ser aplicados por psicólogos suficientemente hábiles en su aplicación concreta (los hay de muchos tipos y requieren habildades diferentes).
Unos ofrecen unos resultados que deben ser intrepretados de manera subjetiva. Y los resultados de los otros no están sujetos a criterios subjetivos de «ojo clínico»; sino que se basan en la comparación con otras personas de su grupo normativo: como nuestro cliente.
Este segundo tipo está respaldado por estudios sobre muchos sujetos; que se distrubuyen en la cuva normal o campana de gauss de las ciencias estadísticas; por lo que, dentro del margen de error o desviación típica que poseeen, nos suelen ofrecer una idea bastante acertada de la variable que pretendemos medir.
Los hay que miden ansiedad, depresión, habilidades sociales, adaptación, personalidad, inteligencia «tradicional», inteligencia emocional, clima laboral, habilidades del lenguaje, desarrollo cognitivo, atención, impulsividad, etc.
Debemos utilzarlos con prudencia; y siempre al servicio de los intereses de nuestros clientes; como un medio enfocado a la terapia; y no al conocer por conocer.
La habilidad del psicólogo clínico consiste en el punto medio entre medir, intrepretar, ofrecer recursos, escuchar, acompañar, … y el resto lo hace la persona que tenemos enfrente.
¡Qué proceso increible es la terapia psicólógica cuando se producen determinados cambios en aras del bienestra de la persona; y a raíz de una satisfactoria relación terapéutica!