Hay ocasiones en que las emociones nos paralizan; el dolor nos agrieta por dentro y el miedo nos congela.
Somos pura emoción, no respondemos a razonamientos, ni a teorías, ni a lógicas,… sólo sentimos; y de tal manera que se nos paraliza aquello, sea lo que sea, que nos diferencia de nuestros primos los animales cuadrúpedos.
Cuando perdemos a un ser querido en un accidente, cuando leemos el mail que nos explica que nos deniegan «hasta nuevo aviso» la recogida de nuestro hijo adoptivo, cuando la enfermedad «se complica» y la médico se retira discreta, con gesto compungido,…
Son momentos para el dolor, para el sufrimiento… ¿Qué sentido tiene?, ¿por qué?…
Cuando no hay respuesta a algunas preguntas… es que no son las preguntas. Son otras.
Tras la fase inicial del choque, del susto, del impacto,… vienen otras preguntas: ¿Qué podré hacer frente a los demás con este dolor?, ¿cómo podré aprovecharlo para enfocar hacia algo bueno?. ¿cómo valoro otros aspectos de mi vida una vez tengo claro que «lo malo» estará ahí?, ¿cómo puedo crecer «aún» teniendo este dolor?, ¿puedo hacerlo?, ¿mi actitud está determinada por eso negativo, o puedo elegir sonreír?, ¿aún así me siento más afortunado que otros?,…