Parece que una de nuestras fantasías es conseguir metas, llegar a objetivos que nos harán (en el futuro) sentirnos bien, plenos, dichosos,… Pero ¿qué pasa cuando lo conseguimos? Muchas veces hablamos de conseguir metas, de disfrutar de caminos, pero cuando llegamos… ¿qué hacemos?, ¿qué peligros nos acechan?
Aconsejar al que no tiene, para que se conforme: un clásico. Aconsejar al que tiene para que disfrute: un reto. Ahí voy.
Vale, ya lo tenemos, estamos donde queríamos. Ya está. ¿Y mañana qué hacemos?, ¿cómo nos replanteamos nuevas metas, nuevos objetivos,…? ¿creemos que también lo siguiente podremos conseguirlo?, ¿cómo nos sentimos respecto a las personas que «aún lo siguen intentando»?
Peligro número uno: creerse más que los demás por tener más o haber conseguido más. Hace unos días tú eras de «esos», ¡cuidado! Lo sigues siendo. Y tus logros pueden desaparecer. Entonces sólo quedarás tú.
Peligro número dos: pensar que la suerte nos sonreirá siempre. Ya lo dice el proverbio japonés: «nunca se halla uno tan desencaminado como cuando cree conocer el camino»
Y como reza la terapéutica historia de Anthony de Mello: «El industrial y el pescador» en su Canto del Pájaro:
– Y ahora, industrial, que lo has conseguido todo, ¿qué harás?- preguntó el pescador.
– Pues me sentaré a descansar y disfrutar de la brisa de la mañana….
A lo que el pescador le respondió:
– Y qué crees que estoy haciendo yo ahora?»
Cuando lleguemos, si llegamos, deberemos tener mucho cuidado, vigilar nuestros pasos, anticiparnos a los fracasos, aprender de los que no llegan, y bajarnos al «aquí y el ahora», a la tierra real. De lo contrario nos perderemos en las nubes de la riqueza, que son sólo eso: nubes.