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¿Tengo un problema… u otra cosa?

problema¿Seguro?… Muchas veces nos preguntamos cómo podemos resolver los problemas que nos acechan, con los que nos encontramos, los que nos hacen sufrir… pero quizá estamos analizando erróneamente desde el mismo punto inicial de partida. Antes de ponernos a intentar resolverlo, debemos saber a lo que nos enfrentamos; antes. Me explico.

¿Cómo sé que tengo un problema?… porque me siento incómodo, nervioso, desasosegado, intranquilo,… Sí, bien, pero vayamos un poco más atrás: previo a ese instante. ¿Por qué lo catalogamos como «problema»?

Vemos y clasificamos como problemas asuntos que no lo son; pues no tienen solución. Sólo algo es un problema cuando tiene solución, de lo contrario es otra cosa. Y los confundimos con retos, con situaciones estables inmutables, en ocasiones dolorosas, que nos piden adaptación por nuestra parte; no que lo cambiemos, pues es imposible.

Cuando algo no podemos moverlo, cuando es totalmente ajeno a nuestra voluntad no es un problema sino un reto; una nueva demanda externa que nos pide flexibilizar, adaptarnos, asumir nuevos papeles, nuevas formas, abandonar lo conocido para adentrarnos en lo inexplorado,… Se nos está retando. ¿Estimulante? Nuestra actitud en estas «experiencias reto» nos marcarán poco a poco nuestro aprendizaje sobre ellas.

Retos y Problemas.

«Mi pelo es rizado y lo quiero liso» Reto

«Me sangra la nariz después del golpe» Problema

«Me gustan las chicas… y no debería…» Reto

«Suspendo las asignaturas…vaya desastre» Problema

«Se me cae el pelo por el estrés» Problema

«Mi cáncer es terminal» Reto

«Mi corazón está débil, debo cuidarme…» Problema

«¿¿¿¡¡Gemelos!!???» Reto

«Mi equipo de fútbol ha perdido» Reto

«Durante 5 años he intentado tener hijos (Problema) y ahora me dice el médico que me tengo menopausia desde hace un mes» Reto

«Mi marido es un desconocido» Problema

(¡Gracias a J por la inspiración!)

Discusiones entre hermanos: pautas para mejorar la convivencia en casa

brother fightHoy 27 de febrero hablaremos a las 19:00 h en el Colegio de Jesuitas de Bilbao, sobre cómo podemos entender los conflictos entre los hermanos para poder actuar y reducir su intensidad.

La convivencia entre hermanos es una asignatura pendiente en muchas casas, y los hijos nacieron sin «libro de instrucciones». Somos personas con diferentes capacidades, intereses, momentos evolutivos, fobias, filias,… y en ocasiones es difícil hacer que entre todos exista más armonía que discusión.

Esta tarde intentaremos ofrecer algunas de las pautas que pensamos que pueden resultar útiles, como:

Adelantarse al contexto conocido

Proponer otras actividades que logren sus intereses
Apelar a su gestión y no tanto a la autoridad
Conocer los intereses de cada uno
Buscar intereses compartidos
Cuando no hay interés compartido: Acuerdos «distributivos»: 50%
Eliminar o limitar contextos provocadores («maldita tele, maldita Play Station,…»)
Mensajes coherentes (texto y tono)
Pareja con una voz
Anticipaciones positivas de logro y autocontrol
¡Reloj!
Empatizar
Divide y vencerás: momentos exclusivos, no «familia Pin y Pon»

 

Adolescencia pura y dura

peterpanEsas respuestas que nos dejan planchados, que no tienen sentido, que se caen por pura lógica pero que son defendidas con una seguridad digna de un dirigente en la tribuna de la ONU; esas aseveraciones tajantes, dicotómicas y absolutas; esas miradas desafiantes, desde el recién estrenado púlpito de la temprana adultez… pueden llegar a enervarnos, enfadarnos e incluso a disparar nuestra ira. Craso error.

Nunca debemos entrar en ese terreno. Nuestra tarea como educadores y modelos; o como modelos que educan, es girar rápidamente nuestra cintura, tapar el agujero que tenemos en la boca, mirar con cara de infinita paciencia y finalmente, ayudarnos de nuestro «pensamiento alegre o mágico», como en Hook, y volaremos:

«está creciendo, está probando, se siente inseguro, está situándose,… debo dejarle que él mismo se dé cuenta. Lo estoy haciendo bien»

Los miedos

Elmiedo miedo es una de las emociones más básicas del ser humano. Sin el miedo no habríamos sobrevivido como especie. En realidad su función es adaptativa, ya que actúa como una alarma que nos indica que nos salvemos del peligro. Lo malo es que a veces el miedo no es real, o no responde a una amenaza física verdadera.
Todos los niños y niñas tienen miedos, algunos leves que se presentan sin razón aparente y que tienden a desaparecer (miedos evolutivos). Sin embargo, hay miedos que permanecen más tiempo del que se considera prudente y desde la familia comenzamos a probar diferentes técnicas sin resultados.
Uno de los más comunes es el miedo a la oscuridad. Uno de cada tres niños/as lo padece. Acostumbra a desaparecer alrededor de los 9 años. El temor a la oscuridad se asocia con miedos diferentes: separación de padres y madres, soledad, pesadillas, desamparo, etc:

• El niño/a debe aprender a dormir a oscuras y no necesariamente en silencio absoluto, ya que esto le lleva a sobresaltarse con el menor ruido.
• Establecer una rutina para acostarse: acostumbrarles a seguir la misma pauta o ritual antes de ir a dormir.
• Si tiene pesadillas, consolarle con la luz apagada.
• Practicar juegos en la oscuridad: la gallinita ciega, regalos escondidos en la oscuridad, el escondite, etc.

El «Bikini Bridge» o «puente» del bikini: ¿estamos locos?

«Entre la cadera y mi vientre existe una curva a cada lado… ¡qué guapa estoy!» Lo que algunos («desalmados») han llamado puente del bikini.

¿Quién dice esta frase? Es más probable que salga de boca de una adolescente (o no tanto) cuyo objetivo principal de sus días es aparecer ante los demás «como debe» aparecer ante los demás. «Todos me juzgan, todos me valoran, debo estar más delgada, esta tripa me sobra… así o nada…»

Y así, ¿hasta cuándo?. Hasta que cada una decide y se dice a sí misma: «voy a dejar de hacer esto, porque hay cosas más importantes. Me doy cuenta», o hasta que sin saber por qué se van abandonando «espontáneamente» este tipo de rumiaciones,… o hasta que se acaba todo.

Los Trastornos de la Conducta alimentaria TCA poseen el índice de mortalidad más alto de todos los trastornos mentales y del comportamiento, bien por suicidio, bien por complicaciones biológicas que hacen que el cuerpo no aguante: complicaciones cardiovasculares (ataques la corazón). Cuidado.

La prevalencia de intentos de suicidio es menor entre personas con anorexia nerviosa tratados ambulatoriamente (16%) y mayor para personas con bulimia nerviosa tratados como pacientes ambulatorios (23%) y pacientes hospitalizados (39%). Los índices más  altos de suicidio aparecen en personas con bulimia que presentan comorbilidad con abuso de sustancias (54%). Fuente FEAFES

Y ahora algunos frivolizan con estos temas… Cuántos han contribuido a destruir lo que otros tardan mucho tiempo y esfuerzo en construir. Me quedo con los segundos.

En el ojo de la discusión

untitled«¡Qué no me mire!… ¡¡que le doy!!»

Éstos y otros pensamientos nos vienen a la cabeza; más bien a las «tripas», cuando estamos metidos de lleno en una acalorada discusión. Cuando nos enfrentamos a una persona por un motivo en el que «tengo claramente la razón», podemos perder los papeles y acabar diciendo y haciendo lo que luego será objeto de arrepentimiento…

¿Cómo hacer entonces para controlarnos?. La clave no está en el control DURANTE la discusión; sino en lo que se han venido llamando disparadores de los conflictos. Los disparadores son aquellas circunstancias que nos rodean o que están en nosotros mismos y que anteceden al momento de la explosión de la ira y del enfado.

¿Qué pasa justo antes de que te enfades?, ¿cuándo notas un enfado leve, controlable?, ¿en qué momento aún no has estallado, pero crees que si la cosa sigue así no podrás remediarlo?

En esos momentos, debemos ser inteligentes y, si podemos, marcharnos de la situación, evitar la escalada automática de los enfados. De lo contrario será más difícil dejar de dar gritos en medio de una discusión, que hacer una tortilla de patatas sin patatas…

Mi hijo tiene un cociente intelectual de 130, ¿qué hago?

superdotado2Esta duda asalta a padres y madres cuando un psicólogo de un colegio, por ejemplo, realiza una valoración psicométrica de las capacidades intelectuales de un niño o niña y se encuentra que supera al 98% de su grupo normativo.

¿Qué hacer entonces? Son muchos los interrogantes y dudas, pero ante todo, debemos pensar que sigue siendo el mismo niño que hace un mes; antes de la valoración y el «dichoso» numerito».

Una alta capacidad en un área determinada, como el razonamiento lógico-matemático, la comprensión verbal o la memoria de trabajo, no es ni bueno ni malo; sino que capacita para una serie de destrezas; y correctamente utilizada, puede ser una buena compañera de viaje.

Muchos alumnos y alumnas con capacidades altas se quedan el el camino (académicamente hablando) porque desde as escuelas y las familias no han sido capaces de articular un enriquecimiento curricular, una promoción de curso, un paquete de actividades «extra» que le interesan al niño en cuestión,…

Y la otra gran preocupación de las familias es el «etiquetaje». Pensar que van a señalarle con el dedo por ser «el rarito» de clase. Las etiquetas sirven para clasificar; pero no para integrar. Las clasificaciones sirven para entender y prever, pero no para solucionar nada. Hemos de enfocar las dificultades y los retos que presenta cada niño en concreto y darles respuesta. cada alumno es diferente del vecino; sin tener un CI de 130. No existen dos personas iguales, por mucho que nos empeñemos, por «economía psicológica», en simplificar y en el reduccionismo de que hay 15 alumnos en clase «normales», 5 que no llegan y otros 5 que son muy inteligentes. No es así: hay 25 diferentes, si los analizamos en detalle; que deberíamos; por bien de la integración de todos y todas.

Más información sobre altas capacidades y abordajes efectivos en www.proyectosupera.es

Charlas en Colegio Jesuitas (Indautxu)

OLYMPUS DIGITAL CAMERAEsta tarde, a las 19:00h hablaremos sobre «EDUCAR EN EL SIGLO XXI. EL ABORDAJE MÁS EFECTIVO EN CASA» en el Colegio de Jesuitas de Indautxu, en Bilbao.

Está dirigida a familias con hijos en educación primaria, hasta el  cuarto curso. Será una formación de una hora y media de duración, con contenidos útiles para los padres y madres. Se hará de manera participativa para que los y las participantes puedan volver a sus casas con ideas útiles a la hora de educar a los hijos.

El jueves día 25 abordaremos con familias de adolescentes, el tema de Escuchar a los adolescentes y sobre cómo hablarles… Interesante, ciertamente

 

¿Por qué le pasa esto?

ancianoBuscar la causa puede llevarnos a entender el problema; pero también puede enfrascarnos en una explicación que no tenga salida para el futuro.

Por ejemplo, si intuimos que a raíz del fallecimiento de una abuela, nuestro hijo está más contestón, irascible,… nos quedaremos con una explicación que «puede ser verdad» pero que no nos ayuda a saber qué hacer a partir de ahora. No podemos hacer que la abuela vuelva.

Buscar los «paraqués» suele ser más útil porque nos da pistas sobre qué hacer ahora.

Siguiendo el ejemplo anterior, si sabemos que nuestro hijo está más protestón para sentir la atención que nota ha perdido tras la ausencia de su abuela; podemos darle dicha atención de manera adecuada…

El enfoque de los problemas, derivan en movimientos o en parálisis de los educadores que pretendemos mejorar el bienestar de los más pequeños de la casa.

La vuelta a la rutina… ¿es mala?

Y tras las vacaciones… volvemos a nuestra «vida real»… Más de uno tendremos este tipo de pensamientos en la cabeza. ¿Pero, y las emociones? ¿Es posible volver a la rutina sin sentir cierto abatimiento, pereza o desgana?

Los psicólogos enseñamos a las personas a entender nuestras emociones y saber de dónde nos vienen; por qué nos sentimos desganados tras la vuelta a nuestros quehaceres habituales. La clave está en dos aspectos fundamentales: nuestro lenguaje interno y nuestros actos.

Nuestro «automatismo» puede hacer que nos digamos frases como: «otra vez con los horarios, a despertarnos pronto, a hacer estas tareas, a pelearnos con estas personas, a andar con prisas…»; pero nosotros somos capaces de añadir nuevos; de transformarlos hacia: «tengo energías para sobrellevar la presión, puedo con ello, en otras ocasiones lo he conseguido, puedo hacerlo incluso mejor,…»

La segunda cuestión a tener en cuenta son nuestros actos: lo que hacemos. Si en el café del medio día (el que lo pueda tomar…) hablamos de lo mal que sienta volver al trabajo; de lo pesada que está la jefa, de que a este cliente no hay «langostino ni turrón» que le haga cambiar de actitud… probablemente el sentimiento de desazón nos vaya, poco a poco, inundando el corazón.

Si nuestros actos son: «aprovecharé esta rato libre para cambiar este regalo de navidad repetido por uno nuevo… ¿qué podrá ser?», «durante las vacaciones se me han ocurrido unas ideas nuevas para nuestro trabajo, te cuento…», «camino por la calle fijándome en las personas que parecen disfrutar de la vida…», «disfruto del aquí y del ahora»,… es posible que el desasosiego vaya disminuyendo.

Podemos ser más felices si ponemos de nuestra parte: identificamos nuestros automatismos y nos proponemos acciones e ideas diferentes.