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¿Nos afecta tanto la ausencia de sol?

Entrevista en Radio Bilbao, Cadena Ser, el 27 de mayo a las 12:30 pm. ¿Nos afecta al estado de ánimo la falta de horas de sol?.

Es verdad, pero esto no es excusa; sí, sí

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excusa para que pospongamos, retrasemos e incluso justifiquemos nuestra ausencia de actividades agradables. ¿Que no podemos ir a tomar el aperitivo a la terraza?, pero podemos ayudar a construir esa dinosaurio de papel a nuestro hijo de cinco años.ad que el cerebro y el sistema nervioso endocrino cambian y segregan sustancias distintas cuando por nuestros ojos entra la luz solar.

No para de llover… ¿y el sol?

IMG-20130522-WA0001Hay quien dice que el tiempo atmosférico afecta nuestro estado de ánimo… y dice bien; pero no sólo eso. En los países del norte de Europa históricamente ha habido un alto número de índice de suicidios; aunque datos del 2009 nos hacen pensar que no sólo la ausencia de luz solar el factor que contribuye a acabar con la propia vida; sino que vaya usted a saber qué otras variables están presentes en: Lituania, Hungría, Letonia y Estonia…

Pero sin llegar a esos extremos, es vox populi, que la ausencia de sol y la presencia repetida de agua y nubes favorecen comentarios del tipo: «¿es que no llega aquí el verano?, me voy a deprimir… no puede ser… todos los fines de semana hace malo…»

La climatología puede influir en nuestro estado de ánimo, pero NO directamente, sino de manera indirecta. Me explico.

Los filtros cognitivos que aplicamos a las cosas que vivimos: las valoraciones que realizamos, las opiniones, nuestros prejuicios, las generalizaciones, las abstracciones selectivas, nuestras predisposiciones,… mediatizan las emociones que sentimos. Si no ¿cómo explicaríamos que ante una casa «en ruinas» (aún no han terminado las obras de mejora y acondicionamiento…) sintamos ilusión por nuestra futura vivienda? Cómo entenderíamos que ante un día de frío y nieve; en el que no podemos salir a realizar nuestro tan deseado paseo dominical… nos consideremos unos afortunados al ver por internet que ha habido una catástrofe en…

Es decir, la influencia de la climatología no es ni de lejos determinante para nuestra felicidad; y siempre pasa por el filtro de nuestras valoraciones. La actitud que tomemos ante las nubes, el sol y los rayos y truenos, será lo que nos determine nuestro buen ánimo este fin de semana…

«Ya, ya, todo eso está muy bien… pero que el fin de semana que haga bueno!»

¿Fracasar o aprender?

edisonThomas Alva Edison, tras la pregunta de un periodista que le recordó que había fracasado casi en mil ocasiones antes de conseguir que el filamento de tungsteno no se vaporizara, le respondió: «no fracasé, sólo descubrí 999 maneras de como no hacer una bombilla.» Todo depende de la perspectiva.

En Silicon Valley la frase es: «algunas veces gano, otras aprendo».

Revisemos los fracasos que hemos cosechado, nuestras metas frustradas, nuestros propósitos encerrados en un cajón y nuestras canas, que dicen que el final del camino está cada vez más cerca, y que seguimos con ese espíritu de: «¿…y si…?»

El Dalai Lama aporta: «El éxito y el fracaso dependen de la sabiduría y la inteligencia, que nunca pueden funcionar apropiadamente bajo la influencia de la ira». Y nos añade otra pista: la elección del momento emotivo para tomar decisiones y valorar nuestra historia.

Así que, buen comienzo de semana a todos y todas. Re-enfoquemos y vayamos disfrutando del camino.

 

«Todo es dolor»

mafalda-dolorEn ocasiones debemos hacer caso a lo urgente, a lo que nos pide una atención extraordinaria e inmediata: el dolor.

Cuando una parte del cuerpo nos duele tanto como para paralizar o dificultar nuestra vida cotidiana, entonces se nos abre una oportunidad para no dejar que sea ése el centro de nuestra vida, sino que aprendamos de él para valorar los disfrutes de la vida.

Las operaciones, los tratamientos, las intervenciones médicas en general… pueden causarnos dolor e incomodidad. Nuestra a actitud ante el daño físico no es efecto ni consecuencia de dicho daño; ni mucho menos. Somos modelos continuamente de otras personas y de otros comportamientos. Aprovechemos esta oportunidad para estar por encima del dolor, y actuar riéndonos de él, relativizándolo, sabiendo qué aspectos de nuestra vida son esenciales y no dejaremos de experimentarlos o hacerlos aunque tengamos dolor… y cuáles son prescindibles.

 

Cuando digo «no» me siento culpable…

no-1Negarnos a una petición de los demás es casi un arte; negarse sin molestar, no ceder ante presiones que consideras excesivas, sonreír ante las propuestas inaceptables… Eso es decir que «no».

Pero, ¿qué pasa cuando nos cuesta negarnos a una petición?, ¿qué pasa dentro de nosotros cuando no podemos negarnos a algo y finalmente lo acabamos haciendo?, ¿cómo nos sentimos inmediatamente cuando la respuesta que nos da nuestro «razonamiento» es «no», pero nuestra boca dice «sí». En ese instante, es posible que haya deseos de agradar, de no ser juzgado, de conservar la imagen de no desagradar al vecino,… todos ellas, ideas muy loables, pero que en el fondo hace que evitemos el «enfrentamiento», o el momento «molesto en el que decimos: «no, no me gustaría acompañarte aunque tenga tiempo».

En ese instante en el que nos comportamos de manera asertiva, y decimos lo que pensamos sin perjudicar al interlocutor, podemos elegir entre dar explicaciones para nuestra negativa, o simplemente negarnos.

Justificarnos, explicarnos, dar razones, «que nos entiendan» cuando decimos un «no»… no son más que excusas para no afrontar frente a los demás el hecho de que hemos decidido no hacer aquello o no ayudar en eso otro.

Por lo general no estamos muy acostumbrados a poner como única explicación nuestros deseos, nuestro criterio y nuestra decisión: aspectos estos inapelables e irrebatibles.

Cuando decimos que «no podré cuidarte a los niños esta sábado» y el motivo es que no me apetece, creo que no es lo adecuado, no me siento cómodo haciéndolo, creo que puedes pedírselo a otras personas, etc. Nuestra respuesta debería ir sustentada en nuestra decisión, no en la excusa de que ese sábado, justamente, «es el partido de fútbol de mi hijo el mayor…» Porque de hacerlo así, nos volverán a pedir el favor para a semana que viene. Y la encrucijada se repetirá siete días después…

 

La vuelta a la rutina… ¿es mala?

Y tras las vacaciones… volvemos a nuestra «vida real»… Más de uno tendremos este tipo de pensamientos en la cabeza. ¿Pero, y las emociones? ¿Es posible volver a la rutina sin sentir cierto abatimiento, pereza o desgana?

Los psicólogos enseñamos a las personas a entender nuestras emociones y saber de dónde nos vienen; por qué nos sentimos desganados tras la vuelta a nuestros quehaceres habituales. La clave está en dos aspectos fundamentales: nuestro lenguaje interno y nuestros actos.

Nuestro «automatismo» puede hacer que nos digamos frases como: «otra vez con los horarios, a despertarnos pronto, a hacer estas tareas, a pelearnos con estas personas, a andar con prisas…»; pero nosotros somos capaces de añadir nuevos; de transformarlos hacia: «tengo energías para sobrellevar la presión, puedo con ello, en otras ocasiones lo he conseguido, puedo hacerlo incluso mejor,…»

La segunda cuestión a tener en cuenta son nuestros actos: lo que hacemos. Si en el café del medio día (el que lo pueda tomar…) hablamos de lo mal que sienta volver al trabajo; de lo pesada que está la jefa, de que a este cliente no hay «langostino ni turrón» que le haga cambiar de actitud… probablemente el sentimiento de desazón nos vaya, poco a poco, inundando el corazón.

Si nuestros actos son: «aprovecharé esta rato libre para cambiar este regalo de navidad repetido por uno nuevo… ¿qué podrá ser?», «durante las vacaciones se me han ocurrido unas ideas nuevas para nuestro trabajo, te cuento…», «camino por la calle fijándome en las personas que parecen disfrutar de la vida…», «disfruto del aquí y del ahora»,… es posible que el desasosiego vaya disminuyendo.

Podemos ser más felices si ponemos de nuestra parte: identificamos nuestros automatismos y nos proponemos acciones e ideas diferentes.

La expectativa de la ilusión

Navidad. Reyes. Gasto. Regalos. Ilusión. Familia. Obligación. Trabajo. Pueden ser algunas de las ideas que nos vienen a nuestra cabeza y las sentimos en nuestro corazón en estos días.

¿Cómo hacer que vivamos estas fechas con una dosis de felicidad que nos satisfaga?

Una parte de esa felicidad la tenemos en nosotros mismos y en nuestras expectativas: lo que esperamos que ocurra a nuestro alrededor.

Si esperamos que ese familiar «haga lo que deba» con respecto al tema que tenemos pendiente… vamos por un camino equivocado. Si consideramos que cada cual hace lo que puede, probablemente sin una mala intención explícita, sino con una ausencia de empatía hacia nosotros; probablemente disminuirá nuestro malestar hacia el susodicho.

Si esperamos que la jefa tenga en consideración estas fechas y nos realice comentarios que nos permitan flexibilizar nuestro horario de trabajo… vamos por un camino equivocado. Si consideramos que la jefa está pendiente de otros asuntos que le urgen; que en realidad no acaba de valorar lo suficiente la importancia que le damos nosotros a ese tipo de comentarios (y lo da por hecho), probablemente disminuirá nuestro malestar hacia la susodicha.

Si esperamos que ese amigo nos agasaje con un regalo similar al que «debiera»; porque nosotros le hemos correspondido generosamente,… vamos por un camino equivocado. Si consideramos que cada persona tiene su propia norma o importancia al tema de los regalos; y que probablemente dentro de un grupo de amigos no todos demos la misma importancia al tema regalos; probablemente disminuirá nuestro malestar hacia la susodicha.

La actitud que tomemos ante los acontecimientos de los que somos espectadores, nos hará ne parte, protagonistas de nuestros propias emociones. Intentémoslo.

Todo va bien… ¡pero podría mejorar!

Hablamos de las actitudes perfeccionistas y exigentes . Hay personas que parecen no estar satisfechas nunca con las bondades o los acontecimientos que les toca vivir; o con los que les rodean, o consigo mismos…, ¿por qué?

Es posible que no percibamos una coherencia entre lo que vengo llamando desde hace algún tiempo, «las tres ex»: expectativas, exigencias y experiencias.

Las EXPECTATIVAS  son aquellas ideas previas que exigimos fuera de nosotros, a lo que o a quien nos rodea, para que se comporten o actúen de la manera que mejor nos conviene a nosotros.

Las EXIGENCIAS  son las demandas internas que nos hacemos a nosotros mismos para conseguir determinados objetivos; es lo que nos pedimos a nosotros.

Y las EXPERIENCIAS realmente es lo que finalmente ocurre.

Si conseguimos que exista consonancia entre las tres ex, habremos conseguido contribuir un poco más a nuestro bienestar…

Y este post no habla de la crisis… ¡que ya está bien! 🙂