El «Vamping» o el desajuste de los ritmos circadianos por pasar un tiempo excesivo y variable con las pantallas a la hora de dormir. Colaboración 3 de febrero 2021 para Telenoticias en Telemadrid. Desde el minuto 50.


El «Vamping» o el desajuste de los ritmos circadianos por pasar un tiempo excesivo y variable con las pantallas a la hora de dormir. Colaboración 3 de febrero 2021 para Telenoticias en Telemadrid. Desde el minuto 50.
Dadas las indicaciones de las autoridades competentes y para preservar la salud de todos de la transmisión del COVID-19, cerramos la consulta presencial en Calle Colón de Larreátegui, 26 desde el día 16/03/2020 hasta el día 30/03/2020. Ofrecemos celebrar las citas por medios telemáticos (Skype, Zoom o por teléfono) a aquellos de vosotros/as que así lo deseéis, o bien posponerlas para más adelante.
Hablaremos personalmente con cada uno para concretar cada situación particular.
Os animamos, en la medida de vuestras posibilidades, a que os quedéis en casa para contribuir a la no difusión de este virus. Estos días pueden ser una oportunidad para pasar más tiempo de calidad con los más pequeños de la casa de una manera constructiva. Para todos puede ser un buen momento para darnos cuenta que superaremos estas incomodidades con solidaridad, paciencia y sobre todo buen humor: ¡Quitémosle la corona al virus!.
Os adjuntamos unas recomendaciones para los más txikis de la casa.
Recibid un cordial saludo / Besarkada bat distantzian
Luis de la Herrán
Cristina Núñez Pérez
Estíbaliz Lancho
Paula González
14/03/2020
Mientras escribo estas líneas una música de piano suena, es una de tantas de Chopin, un piano realmente relajante. Las frenéticas noticias sobre el coronavirus nos taladran y nos recuerdan cada media hora que existe una amenaza cada vez más cercana y real. Las notas no dejan de sonar, con su cadencia, con su melodía, parecen estar hechas para estar juntas, tal y como suenan. Existen medidas de protección, lavarse las manos, evitar las aglomeraciones de gente, cuidado con la población más vulnerable: los ancianos. Las notas siguen resbalando por mi cerebro, me inundan y adormecen. La alarma persiste. La música también.
Los humanos estamos hechos para la acción, respondemos ante lo que nos ocurre con atención. Ahora hay una alarma, una demanda grande, exigente, urgente ante la que debemos responder. ¿Nos paramos?, ¿la minimizamos?, ¿nos encerramos en un búnker?… Sopesamos las opciones, nos alarmamos antes justo de empezar a tomar decisiones.
Ahora es el Hallelujah de Leonard Cohen, que de la mano de un Chelo extremadamente cariñoso entra en mí. Un piano de fondo habla con él. Yo escucho. El diálogo simplemente es prefecto.
Tras la alarma viene la fase de comprobación que seguimos aquí, que existe el peligro, pero que aún seguimos vivos para comprobar que debemos hacer algo, en la medida que podamos, sepamos,… pero algo. Acción.
La melodía no es muy larga, se me hace corta. El final es vibrante, el diálogo entre el chelo y el piano, dos compañeros de sensaciones emocionales inexplicables, deja de producirse. Me quedo con las ganas de más.
Pero al comprobar que la situación va siendo conocida, que existe un riesgo al que nos estamos acostumbrando, tomamos algunos nuevos hábitos y la mayoría, los viejos hábitos, siguen igual. Pero seguimos ahí, con una nueva rutina de compañera de viaje. Es ahora cuando encontramos nuevos enfoques, la creatividad sale a la luz y nos sorprendemos con circunstancias deseables inesperadas, que valoramos y que guardamos en una cajita de plata.
No time to die, Charles Bolt. Los agudos del piano se alternan con los graves de fondo. El compás es algo triste, quizás melancólico, pero no acaba de morir del todo. No, aún no es tiempo de morir. Aún quedan muchas cosas por hacer. Estamos aquí y estaremos aquí. Creatividad, adaptación, enfoque, disciplina, quedarse con lo bueno, no querer cambiar lo que no se pueda cambiar. Aprender. Aceptar. Reír. Crecer.
Parece que la luz al final de túnel asoma. Empieza a ser un recuerdo aquella alarma de aquél día, de aquellos meses, semanas y año 2020. Sí, yo estuve allí. Y aquí estoy. Aquí estamos. Seguiremos. Es verdad, no todos. La emergencia se ha llevado por delante a personas que ya no nos acompañan, que han quedado en el camino. No ha sido la emergencia, ha sido la vida, que es terca en enseñarnos que no somos inmortales, ni por éste ni por otras contingencias: somos mortales. Carretera, corazón y cáncer. Suicidios. Accidentes. Enfermedades. La vida. La muerte.
Chopin vuelve a sonar con su concierto número 2, opus 21. Alguien compuso esto. Alguien lo ha tocado con cariño. Ahora yo lo escucho. Esto cuenta: lo que hacemos, en lo que utilizamos el tiempo de la vida que nos encontramos viviendo, que tenemos.
Viktor Frankl nos lo dijo al salir de aquel campo de exterminio. Nuestra voluntad de sentido es la clave para sentir esa música, para reaccionar con pánico primero y con medida después, para acostumbrarnos a nuevos hábitos, para descubrir nuevas formas, maneras de estar en el mundo con los que nos rodean. Pensar en los más débiles, y ser un grupo solidario, con prioridades, es la clave. Para al final, poder despedirnos con dignidad, con la cabeza bien alta diciendo: yo estuve allí y viví así.
El 8/02/2020 hablamos en Onda Vasca sobre el tema, a pesar del catarro…
https://www.ivoox.com/por-nos-cuesta-tanto-hablar-la-audios-mp3_rf_47475155_1.html
¡Qué disgusto! Sea esperada o inesperada, la reacción instantánea en forma de tristeza, sorpresa, desasosiego o incredulidad aparece en nuestros corazones al escuchar la noticia de la muerte de una persona a la que de una manera u otra conocíamos.
Cuando alguien fallece no nos queda más remedio que estar ahí, en el tema, en el doloroso asunto. Es un momento en el que parece que no hay escapatoria.
En el resto de los momentos, de los días, vivimos de espaldas a la muerte, hacemos como si no existiera. La ignoramos y en la mejor de las ocasiones sentimos cierta la inmortalidad de nuestros semejantes y de nosotros mismos. Sólo una “tragedia” nos vuelve a retrotraer a ese escenario tan incómodo de la presencia, a unos metros o unos centímetros del ser querido fallecido.
¿Qué nos lleva a comportarnos así? ¿Por qué reaccionamos de esa manera, negando la realidad, revolviéndonos en nuestros asientos y luchando contra el dolor?
El comportamiento de las personas sigue unas directrices, unas reglas o al menos existe cierta manera de entenderlo, de explicarlo. Desde las premisas de la psicología basada en la evidencia, podemos entender, como referencia nuclear, que nuestro comportamiento, nuestros sentimientos persiguen un “para qué”, una próxima viñeta del cómic de nuestra propia historia que nos venga bien, que sea deseable para nosotros. Ésa es la clave: que nos venga bien. Es decir, que de alguna manera podríamos aplicar la máxima: “haces las cosas para algo” al hecho de que te sorprenda tanto la muerte, vivas de espaldas a ella o no quieras asumir que el ser querido ya no aparecerá por esa puerta ni te llamará más. ¿Cómo lo entendemos entonces? De esta manera: no queremos hablar de la muerte porque callar nos hace evitar el dolor, no queremos reconocer que ha fallecido porque el dolor sería inmenso, no hablamos de que me siento el siguiente en la lista porque sería poco menos que matarme a mí mismo. Nos duele, por eso lo evitamos. Mientras tanto… mientras tanto… no duele.
Pretendo ofrecer una manera, que no deja de ser hipotética, de las razones que nos llevan a esta actitud ante la muerte. Dicho de otra manera, mi intención con este artículo es proponer explicaciones que faciliten que nos entendamos mejor a nosotros mismos para después tomar decisiones.
Nuestra libertad lo es porque podemos tomar decisiones en relación y dentro del mundo en el que vivimos. Las personas sufrimos, lloramos, nos desgarramos por dentro; pero eso no quita que en un momento dado podamos colocarnos en una distancia significativa con respecto a nosotros mismos y parar, reflexionar, decidir y ejecutar dichas decisiones. Otro asunto es el éxito o fracaso de dichas decisiones. Para bien y para mal nuestro “metapensamiento” (saber que pensamos) facilita que seamos capaces de tener conciencia de nuestra propia conciencia. Pensar que pensamos nos ofrece una distancia ideal para que, una vez creadas las circunstancias externas, ambientales mínimas y una vez respetado nuestros propios ritmos y tempos, poder decidir el enfoque que queremos darle a nuestros actos.
Citando a Viktor Frankl, podríamos decir que las personas podemos (aunque no siempre sabemos cómo) darle voluntariamente un sentido a lo que vivimos, a nuestro entorno y a nuestras emociones; y en base a ese sentido dado, que no tiene por qué ser logrado, sentirnos satisfechos con nosotros mismos. Por tanto, si somos capaces de colocarnos a una distancia tal que seamos capaces de ver la muerte, la pérdida del ser querido con suficiente metaanálisis o distancia para poder recolocarlo en el sentido que queremos darle a nuestra vida; habremos llevado a cabo nuestra peculiaridad como seres humanos.
Dejarnos, permitirnos experimentar las emociones ligadas a la muerte no es perjudicial; sino que es muy molesto. Evitar el dolor por la muerte no es dañino, es sufriente si se me permite el calificativo. Luchar contra las emociones no es recomendable porque su propia naturaleza las hace autónomas a nuestras decisiones instantáneas; por mucho que en ocasiones vivamos en esa ilusión. Si me siento triste, estoy triste. Si me siento rabioso, estoy rabioso. Si no me lo creo, no me lo creo. Sin más. Ésta es una de las premisas básicas para no hacernos daño a nosotros mismos, para no tener el enemigo en casa.
¿Y qué hacemos luego?: ya nos hemos colocado a cierta distancia, intentamos otorgarle algún significado, nos permitimos nuestro ritmo, dejamos que las emociones estén ahí, … ¿y ahora qué?
Ahora nada.
Ahora sé compasivo contigo, con tus incapacidades y tus capacidades; que tienes de las dos. Ahora obsérvate, acompáñate y permítete estar así, estar ahí, como estés.
El tiempo, mejor dicho, lo que hagamos en el tiempo que tenemos tras el fallecimiento de la persona querida irá “mojándonos” en el sentido de repercutirnos consecuencias más deseables o menos. Si evitamos hablar de la persona fallecida, si miramos para otro lado, si le entronizamos y realizamos explicaciones fuera de nuestro alcance, míticas o estratosféricas, o le exaltamos idealmente… probablemente los sentimientos incómodos ahora y en el futuro queden comprometidos. Si hablamos de manera natural, hasta donde sabemos, con incertidumbre, con luces y sombras, si nos quedamos con lo aprendido, si sumamos, si relativizamos, si nos lanzamos a sentirnos vulnerables y nos dejamos como estamos… probablemente iremos superando poco a poco ese dolor punzante del primer día.
Luis de la Herrán
30 de enero de 2020
Esta vez nos centramos en el humor que rodea a la figura del profesional de la psicología, en los chistes que tienen que ver con este mundillo. Reírse de uno mismo es un ejercicio muy sano, como podéis escuchar en el siguiente audio en Onda Vasca. (30/11/2019)
Soy madre. Tengo un bebé. Algunos me dicen que no es así, que tengo una niña, una persona que ahora es bebé, sí, pero que enseguida, antes de lo que creo, se convertirá en alguien, autónomo, con sus propias decisiones. Que antes de que me dé cuenta será una mujer hecha y derecha con sus propias convicciones.
Me gusta la idea, pero lo que ahora veo es que está totalmente indefensa y depende de mí. Sólo de mí.
¿De qué manera deberé actuar para facilitar, poner todo de mi parte, y ver algún día a esa adulta serena y feliz?
Desde el equipo que formamos en Centro Delta Psicología, creemos que una correcta crianza debería incluir tres pilares (tres patas de una silla que nunca cojea) que identifican una adecuada crianza de un niño o una niña.
Apoyo a la autonomía. Supervisa, estate pendiente, fíjate en lo que hace, pero intenta no hacerlo por ella si es capaz de hacerlo sola. Permítele equivocarse, aprender de sus errores, y rectificar por las consecuencias negativas que experimente; no te adelantes a ellas. Dale tiempo para que sea fiel a sus ritmos, tiempos y plazos; no todas las niñas aprenden al mismo ritmo y velocidad. Permítele tener iniciativa propia, con sus propias ocurrencias y criterios; déjala que sea ella misma.
Provisión de estructura. Arma unas reglas claras y consistentes frente a ella. Que no te pille improvisando, y mantenlas para darle seguridad. Eres su madre y se fija en cómo de segura le haces y dices las cosas; esa seguridad tuya se la vas a transmitir. Ten claro qué pasará si hace esto o aquello; en positivo o en negativo. Preséntale unas consecuencias claras y previsibles a sus actos. Explica y razona tus actuaciones como madre, dáselas a entender, no juegues con la arbitrariedad; pero si ves que se aprovecha, o no quiere aceptar la autoridad, debes dejar de explicar y mostrarte firme, con autoridad. No nos referimos al autoritarismo, la norma por la norma, sino que hablamos de firmeza. Eres la líder, eres su líder, una líder maternal y no es bueno que te vea dudar demasiado.
Tranquilidad. Por último, intenta conservar la serenidad, apóyate en quien te quiere, compagina tu labor de madre con otras áreas de la vida, la pareja, el trabajo, los amigos, los hermanos, compañeras, aficiones,… No todo en la vida consiste en ser madre y lo sabes.
Luis de la Herrán
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica
La metáfora del perro negro nos sirve para explicar la depresión. El trastorno depresivo es uno de los trastornos mentales con mayor frecuencia en nuestra sociedad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a unos 121 millones de personas en el mundo.
Aunque de manera general cualquier persona puede hacerse una idea de lo que es presentar este tipo de patología, todavía bastante desconocimiento en torno a las enfermedades mentales.
La OMS publicó hace tiempo un video, bajo el título «Yo tenía un perro negro» que explica cómo se puede sentir una persona que sufre depresión, sus síntomas y la importancia de un tratamiento adecuado.
Desde el equipo del Centro Delta Psicología podemos ayudarte con la tristeza que sientes en el 944241960 en el mail info@centrodelta.com o o en la web.
Nos solemos imaginar cambios en nuestras vidas, pensamos en los felices que seríamos si tuviéramos tal cosa, hábitos saludables o abandonáramos aquellos que tanto nos hacen sufrir, pero la realidad es que a las personas se nos hace realmente difícil cambiar ciertos hábitos.
¿Por qué? Podría ser tan sencillo como querer o desear hacer algo y hacerlo, por ejemplo querer dejar de fumar o hacer deporte y llevarlo a cabo.
Realizar cambios en nuestra vida significa entender el cambio como un proceso, por el cuA?l hay que pasar y en el que habrA? factores que lo determinen.
Uno de estos factores es el deseo/la intenciA?n de querer cambiar. A?Es la parte fundamental y el pilar mA?s importante dentro del proceso de cambio. Pero existen otros factores que tambiA?n nos afectan: la expectativa de autoeficacia. Es decir, creernos que realmente lo vamos a poder conseguir. En el ejemplo de dejar de fumar serA?a el pensar que voy a ser capaz de realizarlo.
Hay dos autores: Prochaska y Diclemente, que en los aA?os 80 crearon un modelo transteA?ricoA?A?para intentar comprender quA?, cA?mo, cuA?ndo y por quA? cambian las personas. El modelo explica cuA?ndo puede cambiar la gente. Y para ello, explica los diferentes estadios por los que pasar.
Para alcanzar el A?xito en el cambio, resulta fundamental saber en quA? etapa te encuentras con relaciA?n al problema, con el fin de diseA?ar procedimientos especA?ficos que se adecuen a cada persona.