Hay quien dijo que escuchar música (clásica) le había aportado más que su relación con las personas (manu dixit). Hay quien vive por y para la música. Y quien tras unos años dedicado en cuerpo y alma, lo deja para pasar página en las preferencias personales.
Hay quien la música le aporta lo que a una hormiga el color de mis ojos. Y finalmente hay quien se deja llevar, piensa: «¿y por qué no?»; y aprende, bucea, se empapa, conoce… y disfruta.
La vida es un camino lleno de «metas volantes» y con una meta final: la muerte. La música es una de esas actividades que puede estar más o menos a nuestro alcance en nuestra sociedad occidental y que, si nos dejamos interpelar y somos permeables a ella; sin cerrazones, podemos conseguir grandes dosis de «felicidad de caminante».
¿Y qué tipo de música? Eso no es importante; desde ópera a rap, desde folk a fados… lo importante es que nos diga algo, que le demos un sentido, que aporte a nuestros sentimientos, que nos sirva de canal para expresarnos, o de medio para emocionarnos.
La música puede darnos todo esto si le abrimos la puerta… No tenemos nada que perder…
Una recomendación: Mendelssohn y Bizet