Se acercan fechas navideñas. se acerca el turrón. Llegan los Reyes de Oriente, y los carboneros bajan del monte. Son fechas en las que, de manera cíclica, regresan los asuntos de finales de año… ¡Ups!, también vienen las notas de la primera evaluación a esos estudiantes esforzados con mayor o menos éxito.
Es el momento de calibrar, de comprobar y ver si lo hecho hasta ahora en la familia ha sido suficiente como norma para este curso recién (no tanto) inaugurado. ¿Habremos calculado bien?, ¿le hemos dejado a su aire para que escarmiente?, ¿nos juraba y perjuraba que él/ella calculaba…? y mira el regalito lleno de suspensos que nos trae de la mano del mazapán.
Debemos cambiar. Deben cambiar. Aprender nuevas técnicas de estudio, nuevas maneras de afrontar y encarar los libros tan coloreados que hoy en día pueblan nuestras clases de colegios, institutos e ikastolas. Llegan tiempos de cambio, de replantearse que lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Dejemos a un lado todo tipo de atribuciones externas que no hacen más que aumentar el cáncer de la señora excusa: «es que ese profesor me tiene manía, es que puso un examen sin avisar, es que yo he puesto lo mismo que Pepito y a él le han puesto un ocho,… es que la abuela fuma».
Es hora de evaluar y tomar decisiones. Para salir del agujero, lo primero es dejar de cavar. Dejemos la pala y metamos cemento. O sigamos igual, total:
- «Ya en marzo me pondré las pilas, como siempre…, que yo controlo…»