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Aprender: equivocarse y acertar

Nuevo curso, nuevas intenciones, nuevos propósitos,… parece que como los eneros, los septiembres nos traen una inyección de motivación generadora de ganas de cumplir nuevos planes, llegar a otras metas.

¿Pero qué nos pasa cuando en el camino fracasamos?, ¿o no llegamos a las «metas volantes» que nos habíamos planteado? Es posible que la decepción, el cansancio y hasta la desidia nos invadan. Pero debemos saber que el camino del aprendizaje tiene baches. No está asfaltado como una autopista; más bien es como una pista forestal.

Equivocarse, frustrarse e incluso desesperarse son emociones válidas y hasta necesarias en la marcha que persigue nuestros sueños.

Luchemos, sigamos, sudemos más; hasta que las metas estén más cerca. Seamos plenamente conscientes que las metas no nos darán la felicidad, sino que la felicidad está en los momentos, en los días, en las semanas en las que perseguimos dichos objetivos.

¿Cuál es tu objetivo?, ¿cuáles son tus dificultades?, ¿cuáles tus fortalezas?

Echar la culpa

El autoconcepto es la imagen que tenemos de nosotros mismos, basada en lo que hacemos («soy un representante público»). La autoestima es la valoración de dicha imagen, el tono que le damos a ese autoconcepto («soy un responsable y fiel representante público»).

¿Y qué pasa cuando echamos la culpa de nuestros actos a otras personas? Analicemos. Pues bien, al culpabilizar a alguien cuando «no nos ha quedado más remedio que hacer eso»… realmente estamos manifestando una autoestima muy considerada con nosotros mismos. Por decirlo más claramente, nos queremos infinitamente cuando no nos queda más remedio que actuar contra alguien o contra algo dada la actitud de nuestro interlocutor (por causa de). «Cuando no me dejas más alternativa que hacerlo, la culpa de lo que hago será tuya».

Esta actitud implica que nos queremos a nosotros mismos… demasiado. Sí, he dicho demasiado. ¿Puede uno quererse tanto que no sea adecuado para su bienestar a largo plazo? Pues claro. En estas situaciones en las que percibimos con claridad que los demás son el origen de aquel daño que hacemos, estamos ciegos. No vemos que el responsable de los actos somos nosotros mismos. Cada uno es siempre responsable de sus actos.

Pensemos en multitud de ejemplos en los que las personas tenemos mucho margen de actuación frente a los contratiempos, las frustraciones y las contrariedades con las que nos encontramos en nuestro devenir diario. Si no sale como yo esperaba, si no se comporta esa persona como yo espero o como creo que debe, me frustro, y para salir de la frustración, echo la culpa de lo que vaya a hacer a continuación.

«No me dejó otra alternativa», «me veo abocado a hacerlo», «sólo me dejas esa opción»,… son excusas que nos salvan de calificarnos como malas personas por hacer algo a sabiendas que no deberíamos hacerlo. Esas explicaciones percibidas como ciertas, nos quitan esa culpa y la colocan en la otra persona: autoestima a salvo.

Demasiada autoestima puede ser perjudicial para la salud. En caso de duda consulta con su psicólogo.

De los Leonard Cohen o de cómo aprender a morir

img_1402Intentaré encender, desde este modesto púlpito, alguna luz en el camino de aprender a morir con dignidad y belleza, como decía el premio príncipe de Asturias en su discurso de 2011.

Los Aprendizajes que pone la vida delante de nosotros muchas veces justo cuando menos los queremos, en ocasiones tienen varios ensayos para que podamos ir practicando. En psicología del aprendizaje llamamos ensayos de aprendizaje a las ocasiones en las que ponemos en marcha nuestra habilidad para conseguir perfeccionarla en una ocasión final.

En la muerte solamente hay un ensayo, una oportunidad de morir. Pero sí podemos ensayar la actitud que tendremos llegado el momento; siempre y cuando la vida, esa caprichosa del azar, así nos lo permita antes de morir.

Alguien puede pensar en lo osado de mi escrito; de acuerdo. Algún otro puede ver en él un asidero que con ansia buscaba desde hace tiempo; e incluso otros lo pueden ignorar, aún teniendo delante de sus narices la realidad de lo que le acecha.

Creo que existen tres tipos de perfiles de vivir la cercanía de la muerte. Por un lado tenemos a los CIEGOS. Son aquellos que desde su protección no quieren o pueden ver lo evidente: la vida nos ha dado un tiempo para vivir y ya se acaba. Las personas ciegas tienen miedo, miedo a encontrarse con algo que no van a controlar, miedo por no saber cómo reaccionar llegado el momento fatal. Nadie les ha enseñado a asumir desde bien pequeños que la muerte es parte de la vida, que son dos caras de la misma moneda. Realmente no son conscientes de que su vida algún día terminará, aunque ese día esté mas cerca que lejos.

Luego están las personas RESISTENTES. Son aquellas que se niegan y colocan todas sus trincheras frente a la muerte para luchar contra ella. ¡Vaya falacia luchar contra lo único inevitable que tiene la vida! Se rebelan ante la posibilidad de desaparecer, no quieren; y hasta se convencen de que no ocurrirá así.

Por último están los VALIENTES, aquellos que tienen miedo pero saben que es el siguiente paso que deben dar en la vida; el último. Las personas que saben que la vida va por ciclos, que va de fases, suelen tener más claro que cuando la muerte llama a su puerta deben abrir. Despedirse de los seres queridos, decir lo que siempre quisiste susurrar a quién de veras te importa y aceptar el final de la vida y el principio de la muerte, suelen ser características comunes a estas persona valientes.

Parece que aunque sólo podamos tener un ensayo de aprendizaje al morir, sí podemos tener multitud de ensayos en los que podemos mostrar nuestra actitud ante el final de la vida. Como decía Viktor Frankl, psiquiatra maltrecho y reconstruido en la Alemania nazi, lo único que no puede quitarnos nadie es la voluntad de sentido. Nuestra intención de dotar de sentido a nuestros actos, nuestra voluntad de querer hacer nuestra vida a nuestra manera (y nuestra muerte) es lo que nadie jamás podrá arrebatarnos. Por eso nuestra actitud valiente (con miedo pero valiente) es lo único a lo que nos podemos aferrar para dar el paso. Aceptar morir es lo que distingue a estas personas valientes; no su tranquilidad frente al final. No hablo de resignación.  Resignarse es la actitud de quien quiso cambiar el exterior y no pudo, de la persona frustrada frente a sus inútiles esfuerzos por mover las paredes que le rodean.

Leonard Cohen así parece que lo hizo. De alguna manera llegó un momento de su vida en lel que quiso morirse. No hablo de querer quitarse la vida, ni de terminar con el dolor crónico, no. Hablo de la decisión consciente y voluntaria de dar el paso, montar en la barca y cruzar el río.

Transcribo las palabras de despeidda del autor a su musa: «Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos y creo que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría pero no necesito extenderme sobre eso ya que tú lo sabes todo. Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Amor eterno, te veré en el camino.”

En nuestras vidas tenemos muchos ejemplos de personas que ya no están con nosotros, que decidieron terminar su vida, acabar esa fase y comenzar otra realmente incierta, la más incierta. Parezcámonos a ellas, demos un paso adelante y decidamos conscientemente que el siguiente de nuestra vida es el final. Aceptemos con valentía y con miedo ese último paso. Mostremos a los siguientes en la cadena cómo se hace. Seamos ejemplo de bien morir. Las generaciones que van detrás necesitan vernos como modelos de esta última enseñanza, de este último paso. Y despidámonos con agradecimiento por todas las emociones agradables que hemos vivido, por la buena sensación de fluir en los momentos en los que perdimos el sentido siendo nosotros mismos y por el bienestar profundo que nos supuso pertenecer a algo superior a nosotros mismos y de lo que éramos una pequeña parte importante. Dejemos a un lado la cara B del disco, la rayada, la vieja y pongamos de nuevo ese disco de vinilo por su cara A, la buena, la sonora, la que nos hace vibrar. Y bailemos hasta el amanecer.

¡Estoy muy cabreado!

venganzaLa emoción «ira» nos inunda, nos ciega, nos enfurece tanto que somos capaces de decir y hacer cosas de las que luego nos podemos arrepentir. Alguien dijo alguna vez que la ira y la tristeza son las dos caras de la misma moneda. Hay personas que ante las injusticias se hunden, se paralizan, se sienten chiquititas,… y otras que tras los motivos de enfado, la agresividad se hace patente y pobre del que se cruce en su camino.

La furia necesita de su tiempo para canalizarse; para resultar útil a la persona que la experimenta. En momentos de furia no deberíamos tomar ninguna decisión que nos pueda afectar a largo o medio plazo. La furia es útil para rebelarnos, para que no se nos tome el pelo, para alertarnos de que algo debemos decir y hacer para defender nuestros derechos. La línea es delgada cuando en lugar de defenderlos estamos agrediendo al vecino.

La ira es buena, es deseable, es una emoción más en nuestra paleta de colores de las emociones humanas. Pero no olvidemos que, a diferencia de los animales, nosotros podemos ser capaces de regularla a través de las estructuras prefrontales del córtex cerebral.

1971, Spaghetti western: «La venganza es un plato que se sirve frío», dirigida por Pasquale Squitieri

«Lo siento, no tengo tiempo…»

«La idea es buena, me vendrá bien, pero es que no tengo tiempo para eso».

Estamos tan ocupados en apagar fuegos, que no nos paramos a hacer cortafuegos, ni mucho menos hacer cursillos absurdos sobre cómo evitar riesgos de incendios… Eso es muy fácil: no prender fuego y ya está.

Siguiendo con el símil de lo que arde, parece que sólo tenemos tiempo de apagar llambomberoas: «hoy es el último día, luego pospongo lo demás«. ¿Y cuándo nos ocupamos de las brasas?: «algo de lo que le dije le sentó mal a mi compañero de trabajo, bueno, da igual, él verá…» ¿Y los cortafuegos?, en invierno habrá que pasar la desbrozadora: «me ofrecen un curso de pilates para destensar los músculos, tiene buena pinta,… pero no cabe en mi agenda; mejor me dedico a preparar la comida de mañana…»

Y así seguimos, como decía aquél: «eldiaadiamecome«; y no me deja ver más allá de mis narices…

Pero… ¡eureka! La raza humana sigue sorprediéndonos… y tras una crisis, tras tocar fondo de alguna manera, o por miedo a las consecuencias, para evitar mayor conflicto… paramos, nos cuidamos, nos dedicamos tiempo, escuchamos a nuestro cuerpo, a sus señales. Y vemos que hemos de hacer pequeñas reparaciones: destensar músculos, rehabilitar cuello, dormir mejor, conseguir digestiones más ligeras,…

Y así vamos, con una de cal y dos de arena… Pero el que lo prueba repite. Si paramos, repensamos nuestros tiempos, nuestros ritmos, nuestras prioridades, nuestras decisiones al fin y al cabo; nos dedicaremos un poquito más de tiempo para nosotros y repercutirá, siempre, en nuestros seres queridos.

 

¿Hundido o reforzado?

Entrevista en Cadena Ser Bilbao, 25/9/14.

Ante las crisis personales o ambientales, parece que «lo que toca» es deprimirse, hundirse, venirse abajo,… y en muchas ocasiones así es. Pero en otras no sólo no lo es; sino que dichas crisis nos sirven para crecer, salir más adaptados, más luchadores y mejor personas.

Resiliencia
Resiliencia

La investigadora Emmy Werner, allá por finales de la década de 1970, publicó una investigación realizada a lo largo de 18 años, en una isla de Hawai (Kauai) en la que investigó qué variables influían en la vida de 660 niños cuya situación ambiental y personal era, a todas luces desastrosa: pobreza, falta de cuidados, violencia, etc. y descubrió para su sorpresa que el 30% de estos niños, al final del estudio ya adultos, eran «invulnerables» a esta situación potencialmente tan dañina. ¿Por qué?.

Fundamentalmente, según Werner, por vivir con un adulto de referencia que les aportaba cariño y seguridad. Pero había algo más que compartían todas esas personas:

1- Autoestima consistente, basada en lo que ellos eran; no en lo que hacían

2- Introspección: capacidad de conocerse a sí mismos, de darse cuenta de sus virtudes, fallos, emociones,…

3- Independencia: no necesitar a los demás para tomar iniciativas

4- Capacidad de relacionarse: habilidad para comunicarse efectivamente con las personas que les rodean

5- Iniciativa: habilidad para ir por delante en la propuesta de acciones a tomar

6- Humor: saber reírse de lo que acontece y de uno mismo

7- Creatividad: inventar, relacionar dos aspectos nuevos entre sí.

8- Moralidad: poseer valores y principios que guían su comportamiento

y 9- Pensamiento Crítico: poner en duda las verdades establecidas y ponerlas a prueba.

 

Morir de éxito, ¿es posible?

nubesParece que una de nuestras fantasías es conseguir metas, llegar a objetivos que nos harán (en el futuro) sentirnos bien, plenos, dichosos,… Pero ¿qué pasa cuando lo conseguimos? Muchas veces hablamos de conseguir metas, de disfrutar de caminos, pero cuando llegamos… ¿qué hacemos?, ¿qué peligros nos acechan?

Aconsejar al que no tiene, para que se conforme: un clásico. Aconsejar al que tiene para que disfrute: un reto. Ahí voy.

Vale, ya lo tenemos, estamos donde queríamos. Ya está. ¿Y mañana qué hacemos?, ¿cómo nos replanteamos nuevas metas, nuevos objetivos,…? ¿creemos que también lo siguiente podremos conseguirlo?, ¿cómo nos sentimos respecto a las personas que «aún lo siguen intentando»?

Peligro número uno: creerse más que los demás por tener más o haber conseguido más. Hace unos días tú eras de «esos», ¡cuidado! Lo sigues siendo. Y tus logros pueden desaparecer. Entonces sólo quedarás tú.

Peligro número dos: pensar que la suerte nos sonreirá siempre. Ya lo dice el proverbio japonés: «nunca se halla uno tan desencaminado como cuando cree conocer el camino»

Y como reza la terapéutica historia de Anthony de Mello: «El industrial y el pescador» en su Canto del Pájaro:

– Y ahora, industrial, que lo has conseguido todo, ¿qué harás?- preguntó el pescador.

– Pues me sentaré a descansar y disfrutar de la brisa de la mañana….

A lo que el pescador le respondió:

– Y qué crees que estoy haciendo yo ahora?»

Cuando lleguemos, si llegamos, deberemos tener mucho cuidado, vigilar nuestros pasos, anticiparnos a los fracasos, aprender de los que no llegan, y bajarnos al «aquí y el ahora», a la tierra real. De lo contrario nos perderemos en las nubes de la riqueza, que son sólo eso: nubes.

¿Cuándo ME empieza el NUEVO año?

monoAlgunos hacemos propósitos el 1 de enero, otros el 1 de agosto y muchos estudiantes el 9 de septiembre… Coincide con el comienzo de nuestro «año mental». Es un momento en el que tomamos decisiones, percibimos lo vivido como pasado; y enfocamos hacia nuestros actos futuros.

¿Y cuándo es el mío?, ¿cuándo comienza mi «año mental»?

Cada uno deberá analizar, reflexionar en que momento se dice a sí mismo: «he vivido esto, he estado haciendo esto otro; y a partir de ahora lo que quiero es…»

Estos momentos de revisión y de nuevos proyectos suelen ser cíclicos pero no tienen por qué coincidir con un año cronológico. En ocasiones las personas miramos atrás y decidimos proyectos en ciclos más amplios de dos años o más tiempo. Puede también coincidir con períodos de trabajo, relaciones personales, pérdidas de seres queridos, aparición de nuevas personas en tu vida, etc.

Lo importante es ser consciente de que todos tenemos esos ciclos, dejarlos estar y aprovecharlos. Luchar contra las emociones es una tarea estéril; pero producir nuevos proyectos que a su vez provoquen nuevas emociones, es una aventura mágica.

Hogueras: empezamos de cero.

hoguerasAyer tuvimos la noche más larga del año; y en muchos lugares prendimos fuego a maderas, basuras, cartones, impresionantes obras de arte que no pudieron salvarse de la indulgencia de los jueces; e incluso los libros del colegio que con tanto o tan poco ahínco han devorado nuestros hijos.

Podemos dar un significado al fuego: purificación, hacer borrón y cuenta nueva y empezar de cero, terminar con lo antiguo para pasar a lo nuevo,…

Esa es una actitud que repetimos las personas con cierta frecuencia y que nos ayuda a salir de nuestros automatismos. Cuando comienza el año nuevo, también podemos  hacer promesas de comienzo; exigencias hacia nosotros mismos para realizar nuevos comportamientos, rutinas, hábitos,… y al fin y al cabo, nuevos caracteres; nuevas maneras de presentarnos ante el mundo y ante nosotros mismos.

No hace falta una noche de hogueras para comenzar; pero los símbolos pueden ayudar. No hace falta ver un nuevo calendario en la pared para decirnos a nosotros mismos: «ahora debo empezar una nueva vida, soy el mismo de siempre, pero algunas actitudes, rutinas, comportamientos los voy a cambiar porque yo lo he decidido; y al que no le guste… que no mire»

Es nuestro momento. Comencemos.