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Juego peligroso

Sorprendentemente volvemos a hablar de un «juego» que no tiene ni pizca de gracia. Entendemos que es algo muy poco habitual, pero queremos dar unas pautas claras para que las familias que se encuentren con que sus hijos lo juegan; puedan orientarles.


http://www.telemadrid.es/programas/telenoticias-1/Alerta-colegio-Bilbao-abecedario-Diablo-2-2122307789–20190516032936.html

¿Te divierte ese juego?, ¿eres capaz de decir que no cuando algo no te gusta?, ¿sientes la necesidad de ser aceptado por el grupo y eso hace que hagas «lo que sea»?

Ante todo esto, dejemos los móviles (los de los adultos, digo), y escuchemos a nuestros hijos e hijas, pongámonos a su lado para que cosas como estas no pasen.

El valor del perdón

«Perdona, lo siento, es verdad, me he equivocado»

Expresiones como esta nos sitúan en los inicios de la reconciliación y del reencuentro, del acercamiento. ¿Por qué?

La dinámica del conflicto lleva automáticamente al fortalecimiento de las posiciones propias frente a las ajenas. Sentirnos en conflicto con alguien hace que afiancemos de serie nuestros pareceres, nuestros razonamientos y nuestros intereses frente a la persona que tenemos frente a frente.

No pocas ocasiones sentimos la certeza de que sólo con un gesto del otro, con un movimiento lógico, necesario y hasta fácil , podrá comenzar a destensarse el conflicto. Nuestro automatismo nos lleva a situar la clave de la desfiguración del conflicto en el paso que la otra persona debe dar, lo que él debe hacer; siempre mucho más significativo que cualquier paso que podamos dar nosotros.

El perdón tiene la cualidad de no ser un movimiento tan aparentemente «innato». Parece contra natura, pero me resisto a calificarlo definitivamente así. Nos sitúa como agentes individuales del cambio, sólo nosotros soportamos el paso que damos, por nuestra cuenta, sin esperar nada a cambio. Nos movemos para que todo se mueva; pero desde nuestra propia iniciativa, sin esperar nada a cambio. Éste es el arranque genuino del perdón: el movimiento propio, voluntario e intencionado para destensar un conflicto.

Después viene la reacción del otro, vienen sus mensajes, sus sentimientos, que escucharemos como parte de un nuevo camino que comenzamos hoy a andar.

El perdón es un acto de generosidad hacia la situación conflictiva, que busca destensarla; sin ninguna contraprestación.

Sólo avanza, avanza solo. Y luego espera, mira, observa.

Ojalá veamos más pasos de perdón.

Día 20 de abril, Día del Perdón.

¿Demasiado bienestar?

¿Puede ser perjudicial demasiado bienestar? Vemos cómo las personas parece que tendemos a mejorar continuamente nuestra vida, nuestro entorno, nuestras comodidades,… ¿tiene algún límite? ¿Existe algún momento en el que más bienestar nos resultará perjudicial?

La respuesta es sí. Parafraseando a Freddy Mercury «Too much wellness will kill you».

Los smartphones nos evitan las esperas, nos alivian con inmediatez. Parece que el objetivo es vivir en el hedonismo, en el puro goce y disfrute, mirando hacia otro lado del dolor (que no sufrimento), y certificando que la buena vida es la vida cómoda.

Tras estar veinte años atendiendo a personas que sufren, la conclusión que saco no es esa. No deberíamos buscar ese estado de placer, si se me permite la expresión: pseudo orgásmico continuo incapaz de soportar un ápice de contrariedad y frustración. La felicidad aparece en el horizonte llena de placer, sí, es verdad, pero indefectiblemente pintada con cierto malestar, incomodidad y frustración.

El día que asumamos esta doble cara de la realidad, seremos más conscientes de la vida, y nuestra satisfacción irá en aumento. Dos caras de una moneda: placer y dolor, inseparables pero con las que podemos ser felices.

Reaccionar frente a las sorpresas potencialmente traumáticas

manerasdevivirAlgunas noticias que nos impactan y nos marcan, las gestionamos improvisadamente… como podemos. Si de repente ha fallecido alguien cercano, o una persona que conocemos se queda sin trabajo de la noche a la mañana, o una amiga pierde al bebé que estaba esperando… nos podemos quedar bloqueados, fríos, sin saber qué decir.

Sentimos miedo. El miedo paraliza, probablemente por su origen evolutivo que permitía a nuestros antepasados pasar desapercibidos mientras el león pasaba de largo.

Cuando sentimos miedo por ese acontecimiento terrible que nos pilla de sorpresa, debemos reaccionar inmediatamente pero sólo diciéndonos esta frase: Estoy impactado. No estoy en condiciones de reaccionar razonablemente. Mi manera de ayudar es acompañar y escuchar más que hablar. No recomendaré nada, y estaré muy atento.

En esos primeros momentos debemos ser cautos, y observar, acompañar y no tomar ninguna decisión que pueda ser definitiva y de la que luego nos podamos arrepentir.

Como en el audio que podemos escuchar en el programa de radio Maneras de vivir, con Kike Alonso en Onda Vasca, podemos optar por discutir con otra persona ajena al acontecimiento potencialmente traumático, o podemos optar por unirnos más a nuestros seres queridos.

Podemos escucharlo pinchando aquí.

ENFERMEDADES INVISIBLES

“¿Por qué el médico me manda al psicólogo si a mí lo que me duele es la cabeza?”, “¿Por qué el fisio me deriva al psicólogo si a mí lo que me duele es la espalda?”,  “¿Por qué el médico me manda al psicólogo si lo que necesito son unas pastillas para mis vértigos?”

Tras varias idas y venidas al médico y acudir a la farmacia con diferentes recetas que no aclaran la causa ni hacen desaparecer el dolor terminamos “obedeciendo” al médico y acudimos al psicólogo. A menudo estas y otras preguntas son comunes en personas que padecen trastornos de somatización.

Cuando a largo plazo no solucionamos nuestra dolencia y no existe causa física, es probable que estemos ante un trastorno psicosomático.  La OMS afirma que más del 25% de las enfermedades actuales son psicosomáticas, es decir relacionadas con el estado mental-emocional del individuo.

Es aconsejable pararse a pensar, reflexionar, observar, recapacitar, meditar… antes de ir de un especialista a otro en busca del fármaco definitivo que nos resuelva y haga desaparecer todos nuestros dolores. A veces la solución más eficaz la tenemos nosotros mismos.migraña

Cicatrices de pirata

piratas-asterixLa vida nos hiere, nos duele, pasa por encima de nosotros en ocasiones haciéndonos «sangrar»… Son vivencias duras, inesperadas, incómodas,… que nos hacen sufrir… y van dejando un rastro en nuestra historia, en el relato de quiénes somos. Dicen de nosotros por dónde hemos caminado y por lo que hemos pasado. Están ahí, no pueden moverse, ni cambiarse; no podemos dar marcha atrás al tiempo… ni falta que hace.

Pero sí podemos re-interpretarlas, re-elaborarlas, re-valorizarlas y re-escribirlas…

Podemos convertirlas en hitos sobre los que estar orgullosos; experiencias que nos han marcado y nos han hecho aprender que «…(complete usted el texto entrecomillado)…».

Sin aquella experiencia en el momento vivida de manera nefasta, yo no hubiera valorado la «… (complete usted…)…»

De no haber sido por aquel día, no estaría ahora en «…(complete…)…»

Ahora me doy cuenta que a raíz de aquello, valoro de otra manera los «… (vuelva a completar)…»

Ya no soy el mismo, ahora la vida me ha enseñado que no merece la pena «…(la última vez que completa, lo prometo)…». Mi mujer me dice que ahora me tomo las cosas con humor de tal manera que «…(ups, sí, sí, lo siento, ésta ya la última…, je je je)…»

La vida nos deja marcas, cicatrices, restos de su paso por nosotros, medallas que nos recuerdan que hemos vivido la vida. Pero somos piratas. Piratas orgullosos de sus andanzas, hazañas y gestas en las que hemos dado todo. Mostremos a nosotros mismos las medallas que el tiempo forja en nuestra experiencia.

(¡Gracias a Manu por la inspiración!)

Pérdidas inesperadas

perdidas inesperadasParece que va a aparecer por la puerta como siempre… La tristeza es absoluta. La desolación nos traga en un agujero negro, invisible, sinsentido e infinito.

Cuando perdemos a un ser querido, a alguien importante que siempre ha estado ahí cerca, nos venimos abajo. Nos quedamos perplejos si la pérdida es de un día para otro. Como si tuviera que avisarnos alguien para ir haciéndonos a la idea.

La vida es muerte; mejor dicho, en la vida está la muerte, es su contraportada; pero no queremos verla; hacemos como que no existe, para aliviar momentáneamente nuestro dolor. Posponemos la certeza de que todo lo que comienza, acaba… pero hay más. No hay sólo eso. No todo es vacío y desolación.

Tras un tiempo inevitable, tras unos días, semanas y meses vagando por la oscuridad de nuestros sentimientos, podemos encontrar luces, destellos, atisbos de vida; de nueva vida; de otra vida. La siguiente vida, otra que se abre camino. La vida de otra persona, que hasta entonces no es nadie pero que puede llegar a serlo.

Y volvemos a empezar. Es duro terminar. Es duro parar. Es duro decir adiós. Pero ¿y los que ahora nos necesitan?, ¿y otras personas que pueden llegar a ser importantes otra vez?, ¿y los nuevos sueños?. Tras esperar,… pueden aparecer.

La vida es como una cadena, una sucesión de nacimientos, vidas, muertes,… y nacimientos de nuevo.

Démonos tiempo para ver todo esto. Como la tortuga de «Momo», de Michael Ende. despacio, pero hacia delante. Es el único camino.

Cuando el dolor nos puede

dolorHay ocasiones en que las emociones nos paralizan; el dolor nos agrieta por dentro y el miedo nos congela.

Somos pura emoción, no respondemos a razonamientos, ni a teorías, ni a lógicas,… sólo sentimos; y de tal manera que se nos paraliza aquello, sea lo que sea, que nos diferencia de nuestros primos los animales cuadrúpedos.

Cuando perdemos a un ser querido en un accidente, cuando leemos el mail que nos explica que nos deniegan «hasta nuevo aviso» la recogida de nuestro hijo adoptivo, cuando la enfermedad «se complica» y la médico se retira discreta, con gesto compungido,…

Son momentos para el dolor, para el sufrimiento… ¿Qué sentido tiene?, ¿por qué?…

Cuando no hay respuesta a algunas preguntas… es que no son las preguntas. Son otras.

Tras la fase inicial del choque, del susto, del impacto,… vienen otras preguntas: ¿Qué podré hacer frente a los demás con este dolor?, ¿cómo podré aprovecharlo para enfocar hacia algo bueno?. ¿cómo valoro otros aspectos de mi vida una vez tengo claro que «lo malo» estará ahí?, ¿cómo puedo crecer «aún» teniendo este dolor?, ¿puedo hacerlo?, ¿mi actitud está determinada por eso negativo, o puedo elegir sonreír?, ¿aún así me siento más afortunado que otros?,…

«Todo es dolor»

mafalda-dolorEn ocasiones debemos hacer caso a lo urgente, a lo que nos pide una atención extraordinaria e inmediata: el dolor.

Cuando una parte del cuerpo nos duele tanto como para paralizar o dificultar nuestra vida cotidiana, entonces se nos abre una oportunidad para no dejar que sea ése el centro de nuestra vida, sino que aprendamos de él para valorar los disfrutes de la vida.

Las operaciones, los tratamientos, las intervenciones médicas en general… pueden causarnos dolor e incomodidad. Nuestra a actitud ante el daño físico no es efecto ni consecuencia de dicho daño; ni mucho menos. Somos modelos continuamente de otras personas y de otros comportamientos. Aprovechemos esta oportunidad para estar por encima del dolor, y actuar riéndonos de él, relativizándolo, sabiendo qué aspectos de nuestra vida son esenciales y no dejaremos de experimentarlos o hacerlos aunque tengamos dolor… y cuáles son prescindibles.