“Porque no se llama teléfono, no, se llama móvil y están enganchados al móvil. No tenemos otra manera de llamarlo.”
Estas y otras frases podría decirlas casi cualquier padre o madre de adolescente de hoy en día. Y espera, espera, que también otra cosa: “no me responde los mensajes y cuando le llamo, no me coge, ¡y está todo le día con el teléfono en la mano!”
¿Se nos ha ido esto de las manos?, ¿tenemos una tasa tan alta de adicción a los dispositivos? Realmente no podemos saberlo, pero cuando leemos cosas como esta se nos ponen los pelos de punta. Según un estudio publicado en 2021 por UNICEF, uno de cada tres adolescentes está enganchado al móvil. Porque estar conectado más de cinco horas al día entre semana… es un tema que requiere de nuestra intervención, no podemos dejarlo pasar.
Enganchados al móvil.
Lo primero de todo es concienciarse que la mayoría de los adolescentes pasan por fases, por épocas de su vida en la que priman unos asuntos y otros. Luego relativicemos: normalmente no todo está perdido. Hemos de ver hasta qué punto Nuestro adolescente no puede dejar el móvil son conscientes de las horas que pasan de manera absurda, zombi o enganchados al dispositivo.
Para concienciar podemos empezar por medir, por buscar datos: ¿Cuántas horas para al día mi hijo/a enganchado a su dispositivo? Miremos en configuración / ajustes/ tiempo uso de pantalla, … y comprobemos. Retémosle a que baje de ese tiempo, poco a poco, proponiéndole otras actividades que pueden estimularle. Poner aquí la lista se me antoja absurdo: tiremos de qué actividades de ocio y tiempo libre le gustaba hacer a nuestra desgarbada adolescente.
Motivarles sin coaccionar.
No se trata de amenazarles, de presionarles más y más, de aumentar nuestra cara de perro de presa sobre ellos. No, n o se trata de eso. La idea es hacerle ver, marcar, proponer, motivar (primero esfuerzo y luego evento deseable, nunca al revés) e ir retirándonos. Esto último dará para otro post en breve.
Si quieres que te echemos una mano para aprender a manejar estos y otros asuntos, nos tienes a tu disposición en nuestra web, en el mail info@centrodelta.com o si lo prefieres, puedes llamarnos al teléfono 944241960. Estamos para ayudarte. Centro Delta Psicología en Bilbao.
Verano a las puertas del calendario. Parece una esclavitud. Primavera dando sus últimos coletazos. Me miro la espejo y ¿qué veo? El cuerpo que tengo en mi cabeza no es el que se refleja delante de mí. Mi ideal de muslo, de pantorrilla, la idea que existe en mi mente de la fortaleza que tiene mi brazo o el perfil de mi nariz, no es la que tercamente se empeña el espejo en devolverme.
Este tipo de situaciones emocionales y otras parecidas existen entre nosotros. Llega el buen tiempo y nuestras expectativas a la hora de pensar sobre nuestro cuerpo, en ocasiones chocan con la terca realidad.
Cuerpos diferentes, cuerpos distintos. cuerpos grandes, cuerpos delgados, altos y bajos, anchos y estrechos. Nuestros cuerpos. Son esos, no otros, y nos acompañarán, cambiando, sin duda, a lo largo de toda nuestra vida.
¿Qué vemos cuando nos miramos al espejo? Llega el verano y con él los riesgos de obsesionarnos con nuestra imagen.
No se trata tanto de cómo los cambiamos, moldeamos y tallamos para hacer coincidir dichas expectativas con el perfil reflejado; sino de modular, pulir y limar dichas expectativas o exigencias frente a nosotros. ¿Cambiar lo de fuera o cambiar lo de dentro?
Como casi siempre, en las preguntas trampa, lo adecuado es formular una nueva pregunta. ¿Cuál es la tuya? Visítanos en Centro Delta Psicología en Bilbao y te asesoramos.
En ocasiones tenemos la percepción de que la violencia ha aumentado en las calles. ¿Es eso cierto? Intentamos poner algo de luz a este tema. Colaboración con EITB en el programa Nos echamos a la calle (11/10/21)
Las aplicaciones para ligar están de moda. Pueden ayudarnos a encontrar a esa persona que estamos buscando. ¿Las usamos más durante el confinamiento? Hemos colaborado 20 abril 2021 con EL CORREO en esta noticia: Colaboración con EL CORREO.
Las aplicaciones de citas son una manera relativamente habitual para encontrar pareja. Incluso durante el confinamiento, se utilizaron tanto las apps como las redes sociales para conocer gente y mantener relaciones sexuales. El 64,3% de los participantes en un estudio de la Universidad Europea reconoce haber utilizado la aplicación líder para citas, Tinder, lo que supone un porcentaje similar al de antes de la pandemia.
El uso de las redes sociales (como Instagram o Facebook) para ligar sí aumentó durante el confinamiento: del 32,16% al 40,9%. Ni la COVID-19 ha frenado el avance de estas apps. La posibilidad de acceder a internet en cualquier momento, desde distintos dispositivos, «elimina emociones desagradables como el aburrimiento o la frustración», explica Luis de la Herrán, Psicólogo Especialista en Psicología Clínica del Centro Delta Psicología de Bilbao.
Ligar con una persona en el mundo real implica conocerse a través de un amigo, en el trabajo o en alguna reunión social y ver qué emociones (alegría, asco, tristeza….) experimentamos al tratar con ella. «Como en el resto de los órdenes de la vida, debemos lidiar con todas esas emociones, no sólo con algunas. Hacerlo a través de una app o una web elimina ciertas incomodidades de entrada, pero siempre acaban apareciendo», afirma el experto. «Una vez conocida esa persona, los programas informáticos quedan a un lado»
Desde Centro Delta Psicología te escuchamos. Para concertar una cita ponte en contacto con nosotros en nuestra web, mándanos un mail a info@centrodelta.com o llámanos por teléfono al 944241960
El «Vamping» o el desajuste de los ritmos circadianos por pasar un tiempo excesivo y variable con las pantallas a la hora de dormir. Colaboración 3 de febrero 2021 para Telenoticias en Telemadrid. Desde el minuto 50.
Mientras escribo estas líneas una música de piano suena, es una de tantas de Chopin, un piano realmente relajante. Las frenéticas noticias sobre el coronavirus nos taladran y nos recuerdan cada media hora que existe una amenaza cada vez más cercana y real. Las notas no dejan de sonar, con su cadencia, con su melodía, parecen estar hechas para estar juntas, tal y como suenan. Existen medidas de protección, lavarse las manos, evitar las aglomeraciones de gente, cuidado con la población más vulnerable: los ancianos. Las notas siguen resbalando por mi cerebro, me inundan y adormecen. La alarma persiste. La música también.
Los humanos estamos hechos para la acción, respondemos ante lo que nos ocurre con atención. Ahora hay una alarma, una demanda grande, exigente, urgente ante la que debemos responder. ¿Nos paramos?, ¿la minimizamos?, ¿nos encerramos en un búnker?… Sopesamos las opciones, nos alarmamos antes justo de empezar a tomar decisiones.
Ahora es el Hallelujah de Leonard Cohen, que de la mano de un Chelo extremadamente cariñoso entra en mí. Un piano de fondo habla con él. Yo escucho. El diálogo simplemente es prefecto.
Tras la alarma viene la fase de comprobación que seguimos aquí, que existe el peligro, pero que aún seguimos vivos para comprobar que debemos hacer algo, en la medida que podamos, sepamos,… pero algo. Acción.
La melodía no es muy larga, se me hace corta. El final es vibrante, el diálogo entre el chelo y el piano, dos compañeros de sensaciones emocionales inexplicables, deja de producirse. Me quedo con las ganas de más.
Pero al comprobar que la situación va siendo conocida, que existe un riesgo al que nos estamos acostumbrando, tomamos algunos nuevos hábitos y la mayoría, los viejos hábitos, siguen igual. Pero seguimos ahí, con una nueva rutina de compañera de viaje. Es ahora cuando encontramos nuevos enfoques, la creatividad sale a la luz y nos sorprendemos con circunstancias deseables inesperadas, que valoramos y que guardamos en una cajita de plata.
No time to die, Charles Bolt. Los agudos del piano se alternan con los graves de fondo. El compás es algo triste, quizás melancólico, pero no acaba de morir del todo. No, aún no es tiempo de morir. Aún quedan muchas cosas por hacer. Estamos aquí y estaremos aquí. Creatividad, adaptación, enfoque, disciplina, quedarse con lo bueno, no querer cambiar lo que no se pueda cambiar. Aprender. Aceptar. Reír. Crecer.
Parece que la luz al final de túnel asoma. Empieza a ser un recuerdo aquella alarma de aquél día, de aquellos meses, semanas y año 2020. Sí, yo estuve allí. Y aquí estoy. Aquí estamos. Seguiremos. Es verdad, no todos. La emergencia se ha llevado por delante a personas que ya no nos acompañan, que han quedado en el camino. No ha sido la emergencia, ha sido la vida, que es terca en enseñarnos que no somos inmortales, ni por éste ni por otras contingencias: somos mortales. Carretera, corazón y cáncer. Suicidios. Accidentes. Enfermedades. La vida. La muerte.
Chopin vuelve a sonar con su concierto número 2, opus 21. Alguien compuso esto. Alguien lo ha tocado con cariño. Ahora yo lo escucho. Esto cuenta: lo que hacemos, en lo que utilizamos el tiempo de la vida que nos encontramos viviendo, que tenemos.
Viktor Frankl nos lo dijo al salir de aquel campo de exterminio. Nuestra voluntad de sentido es la clave para sentir esa música, para reaccionar con pánico primero y con medida después, para acostumbrarnos a nuevos hábitos, para descubrir nuevas formas, maneras de estar en el mundo con los que nos rodean. Pensar en los más débiles, y ser un grupo solidario, con prioridades, es la clave. Para al final, poder despedirnos con dignidad, con la cabeza bien alta diciendo: yo estuve allí y viví así.
¡Qué disgusto! Sea
esperada o inesperada, la reacción instantánea en forma de tristeza, sorpresa,
desasosiego o incredulidad aparece en nuestros corazones al escuchar la noticia
de la muerte de una persona a la que de una manera u otra conocíamos.
Cuando alguien fallece no nos
queda más remedio que estar ahí, en el tema, en el doloroso asunto. Es un
momento en el que parece que no hay escapatoria.
En el resto de los momentos, de los
días, vivimos de espaldas a la muerte, hacemos como si no existiera. La
ignoramos y en la mejor de las ocasiones sentimos cierta la inmortalidad de
nuestros semejantes y de nosotros mismos. Sólo una “tragedia” nos vuelve a
retrotraer a ese escenario tan incómodo de la presencia, a unos metros o unos centímetros
del ser querido fallecido.
¿Qué nos lleva a comportarnos
así? ¿Por qué reaccionamos de esa manera, negando la realidad, revolviéndonos
en nuestros asientos y luchando contra el dolor?
El comportamiento de las personas
sigue unas directrices, unas reglas o al menos existe cierta manera de
entenderlo, de explicarlo. Desde las premisas de la psicología basada en la evidencia,
podemos entender, como referencia nuclear, que nuestro comportamiento, nuestros
sentimientos persiguen un “para qué”, una próxima viñeta del cómic de nuestra
propia historia que nos venga bien, que sea deseable para nosotros. Ésa es la
clave: que nos venga bien. Es decir, que de alguna manera podríamos aplicar la
máxima: “haces las cosas para algo” al hecho de que te sorprenda tanto la
muerte, vivas de espaldas a ella o no quieras asumir que el ser querido ya no
aparecerá por esa puerta ni te llamará más. ¿Cómo lo entendemos entonces? De
esta manera: no queremos hablar de la muerte porque callar nos hace evitar el
dolor, no queremos reconocer que ha fallecido porque el dolor sería inmenso, no
hablamos de que me siento el siguiente en la lista porque sería poco menos que
matarme a mí mismo. Nos duele, por eso lo evitamos. Mientras tanto… mientras
tanto… no duele.
Pretendo ofrecer una manera, que
no deja de ser hipotética, de las razones que nos llevan a esta actitud ante la
muerte. Dicho de otra manera, mi intención con este artículo es proponer explicaciones
que faciliten que nos entendamos mejor a nosotros mismos para después tomar
decisiones.
Nuestra libertad lo es porque
podemos tomar decisiones en relación y dentro del mundo en el que vivimos. Las
personas sufrimos, lloramos, nos desgarramos por dentro; pero eso no quita que
en un momento dado podamos colocarnos en una distancia significativa con
respecto a nosotros mismos y parar, reflexionar, decidir y ejecutar dichas
decisiones. Otro asunto es el éxito o fracaso de dichas decisiones. Para bien y
para mal nuestro “metapensamiento” (saber que pensamos) facilita que seamos
capaces de tener conciencia de nuestra propia conciencia. Pensar que pensamos
nos ofrece una distancia ideal para que, una vez creadas las circunstancias
externas, ambientales mínimas y una vez respetado nuestros propios ritmos y
tempos, poder decidir el enfoque que queremos darle a nuestros actos.
Citando a Viktor Frankl,
podríamos decir que las personas podemos (aunque no siempre sabemos cómo) darle
voluntariamente un sentido a lo que vivimos, a nuestro entorno y a nuestras
emociones; y en base a ese sentido dado, que no tiene por qué ser logrado,
sentirnos satisfechos con nosotros mismos. Por tanto, si somos capaces de colocarnos
a una distancia tal que seamos capaces de ver la muerte, la pérdida del ser
querido con suficiente metaanálisis o distancia para poder recolocarlo en el
sentido que queremos darle a nuestra vida; habremos llevado a cabo nuestra peculiaridad
como seres humanos.
Dejarnos, permitirnos experimentar las emociones ligadas a la muerte no es perjudicial; sino que es muy molesto. Evitar el dolor por la muerte no es dañino, es sufriente si se me permite el calificativo. Luchar contra las emociones no es recomendable porque su propia naturaleza las hace autónomas a nuestras decisiones instantáneas; por mucho que en ocasiones vivamos en esa ilusión. Si me siento triste, estoy triste. Si me siento rabioso, estoy rabioso. Si no me lo creo, no me lo creo. Sin más. Ésta es una de las premisas básicas para no hacernos daño a nosotros mismos, para no tener el enemigo en casa.
¿Y qué hacemos luego?: ya nos hemos
colocado a cierta distancia, intentamos otorgarle algún significado, nos permitimos
nuestro ritmo, dejamos que las emociones estén ahí, … ¿y ahora qué?
Ahora nada.
Ahora sé compasivo contigo, con
tus incapacidades y tus capacidades; que tienes de las dos. Ahora obsérvate,
acompáñate y permítete estar así, estar ahí, como estés.
El tiempo, mejor dicho, lo que hagamos en el tiempo que tenemos tras el fallecimiento de la persona querida irá “mojándonos” en el sentido de repercutirnos consecuencias más deseables o menos. Si evitamos hablar de la persona fallecida, si miramos para otro lado, si le entronizamos y realizamos explicaciones fuera de nuestro alcance, míticas o estratosféricas, o le exaltamos idealmente… probablemente los sentimientos incómodos ahora y en el futuro queden comprometidos. Si hablamos de manera natural, hasta donde sabemos, con incertidumbre, con luces y sombras, si nos quedamos con lo aprendido, si sumamos, si relativizamos, si nos lanzamos a sentirnos vulnerables y nos dejamos como estamos… probablemente iremos superando poco a poco ese dolor punzante del primer día.
Soy madre. Tengo un bebé. Algunos me dicen que no es así, que tengo una niña, una persona que ahora es bebé, sí, pero que enseguida, antes de lo que creo, se convertirá en alguien, autónomo, con sus propias decisiones. Que antes de que me dé cuenta será una mujer hecha y derecha con sus propias convicciones.
Me gusta la idea, pero lo que ahora veo es que está totalmente indefensa y depende de mí. Sólo de mí.
¿De qué manera deberé actuar para facilitar, poner todo de mi parte, y ver algún día a esa adulta serena y feliz?
Desde el equipo que formamos en Centro Delta Psicología, creemos que una correcta crianza debería incluir tres pilares (tres patas de una silla que nunca cojea) que identifican una adecuada crianza de un niño o una niña.
Apoyo a la autonomía. Supervisa, estate pendiente, fíjate en lo que hace, pero intenta no hacerlo por ella si es capaz de hacerlo sola. Permítele equivocarse, aprender de sus errores, y rectificar por las consecuencias negativas que experimente; no te adelantes a ellas. Dale tiempo para que sea fiel a sus ritmos, tiempos y plazos; no todas las niñas aprenden al mismo ritmo y velocidad. Permítele tener iniciativa propia, con sus propias ocurrencias y criterios; déjala que sea ella misma.
Provisión de estructura. Arma unas reglas claras y consistentes frente a ella. Que no te pille improvisando, y mantenlas para darle seguridad. Eres su madre y se fija en cómo de segura le haces y dices las cosas; esa seguridad tuya se la vas a transmitir. Ten claro qué pasará si hace esto o aquello; en positivo o en negativo. Preséntale unas consecuencias claras y previsibles a sus actos. Explica y razona tus actuaciones como madre, dáselas a entender, no juegues con la arbitrariedad; pero si ves que se aprovecha, o no quiere aceptar la autoridad, debes dejar de explicar y mostrarte firme, con autoridad. No nos referimos al autoritarismo, la norma por la norma, sino que hablamos de firmeza. Eres la líder, eres su líder, una líder maternal y no es bueno que te vea dudar demasiado.
Tranquilidad. Por último, intenta conservar la serenidad, apóyate en quien te quiere, compagina tu labor de madre con otras áreas de la vida, la pareja, el trabajo, los amigos, los hermanos, compañeras, aficiones,… No todo en la vida consiste en ser madre y lo sabes.
Luis de la Herrán
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica
94 424 19 60 / Psicólogos en Bilbao.
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