Los cambios sociales, profesionales y laborales han provocado que la mujer asuma tantos roles como le es posible. Desde juez cuando sus hijos se pelean, enfermera cuando se ponen malos los hijos, profesora cuando toca explicar la lección… hasta cantante cuando el viaje en coche es largo. Todo ello con amor incondicional, dedicación, ternura, satisfacción, entrega…
Además, compaginar su propia profesión, rol de hija, de mujer, amiga, esposa,…
Ese es el concepto con el que nos hemos educado. La madre es esa persona incondicional que nunca te va a fallar.
Demasiados roles, exigencias y expectativas altísimas, que al final llevan a replicar el modelo de “mujeres orquesta” que tienen la sensación de estar en todo sin llegar a nada. Y cuando no llegan a todo se valoran a sí mismas de forma negativa.
Y como el día tiene 24h, es fácil no llegar a todo lo que esperábamos o el resto esperaba. Por ello conviene valorar la calidad y la cantidad. Debemos de reservar momentos para:
Proteger a los hijos con consejos, con argumentos, guiando, educando en valores. Pero dejando que ellos tomen decisiones, se caigan y se levanten.
Trabajar y tener aficiones forma parte de la plenitud de una persona.
Reservar tiempo, leer un rato sin que la interrumpan con voces desde otra habitación, practicar deporte o mantener una conversación privada con quien desee.
No renunciar a una cena romántica, a un paseo o a estar momentos a solas con marido o amigos.
Recordar darse valor no solo por la relación que mantiene con sus hijos. Una madre tiene valía por muchas otras cosas.