Y esto no va de sexo, por si a alguno se le ha ocurrido. Va de crear. Va de semilla plantada que puede ser el germen de algo nuevo, a largo plazo, quizá duradero y realmente en crecimiento. ¿Acaso el buenismo pensado por más de uno es incompatible con la ciencia?
Va de varios cientos de profesionales de la psicología bajo la blancuzca extravagancia calatravesca, escuchando las mas veces y enseñando las menos los productos de sus investigaciones y conclusiones, por la mañana inspiradoras, por la tarde demoledoras y por la noche quizá ilusas.
Va de cientos de estudiantes de máster y doctorandos que se desvirgan en pósters verticales con más o menos creatividad, en los que las palabras son las grandes protagonistas: multivarianza, chi cuadrado, prevalencia, correlación, muestreo, resultados y siempre terminando en discusión (aunque nadie se enfade).
Va de algunos profesionales exclusivamente del ámbito clínico, donde silban las balas, abriendo oreja y media para corroborar que lo que venían haciendo es lo correcto y apuntar tres o cuatro técnicas más novedosas (¡originales metáforas de la terapia de tercera generación!) en sus jurásicos cuadernos.
Va de eméritos ufanos repartiendo experiencia a diestro y siniestro mientras su gesto y tono denotan desidia por los pobrecitos estudiantes inconscientes (y no por Sigmund, sin babero acreditativo por aquí), ¿qué digo?, ¡pobrecitAs! estudiantAs de psicología anotando compulsivamente en su iPhones algunas claves de la depresión en pacientes con esquizofrenia paranoide recidivante.
Va de encontrar alter egos capaces de conectar en cuestión de minutos y romper por unos momentos la soledad del terapeuta, la soledad del psicólogo que hora tras hora en ocasiones en sesiones maratonianas, debe escuchar como el que mejor, y dibujar con habilidad de cirujano, caminos inciertos hacia hilos de luz.
Va de deportistas psicólogas con más empeño que acierto, peinadas de lado, con morritos y pitillos, intentando desde el papel abrirnos el camino a otros colegas para que dentro de diez años podamos «aseverar sin ningún género de duda» que el central del Madrid debe seguir con su psicoterapia para rendir al 101%.
Va de hiperactivos e hiperactivas (y no es por ser políticamente correcto, es que hubo de los dos) excelentemente adaptadas gracias al en ocasiones incognoscible «análisis funcional» que les permite canalizar sus implusos y energía (aunque sea una variable no operativizable) empujando a la ciencia un metro adelante.
Va de visionarios que son capaces de colocar el ojo en la mirilla del futuro y avisarnos a los ciegos del camino a seguir; ese camino lleno de subvenciones, puntos, méritos, despacheos, entrevistas repentinas, cachopos, reuniones sui géneris y algún que otro taxi inesperado.
Va de reinventarse pero con cuidado, entre falsos bálsamos de Fierabrás y técnicas milagrosas que nos prometen lo que siempre deseamos y lo hacen con una parsimonia propia del mismísimo buda. Va de frenadores de ilusiones vanas que nos vuelven a recolocar en la casilla de salida, bueno, no, perdón, una más adelante que antes de tirar los dados.
Va de intrusos colados por la puerta de las puertas, o mejor dicho, la ventana de las ventadas, vendiendo ilusión a los ilusos, certeza a los inciertos, poniendo cara de algo y no sabiendo de nada; arrimando cebolleta, a ver si mojan algo en este revuelto río de pescadores a cuál con mayor ego.
Pues sí, ibas a tener razón. Va de sexo. Va de placer. Va de disfrutar con las dos caras de la moneda de la vida: la felicidad y la frustración, la satisfacción y el desánimo, ambas inherentes a nuestra especie. Va de crear algo nuevo tras la sidra y los gaiteros. Va de generar en nuestros trabajos como profesionales de la psicología escenarios nuevos, diferentes pero iguales, en los que seamos capaces, un poquino más capaces, de hacer que las personas salgan con más de media sonrisa de nuestras consultas y despachos de universidad.