Y tras las vacaciones… volvemos a nuestra «vida real»… Más de uno tendremos este tipo de pensamientos en la cabeza. ¿Pero, y las emociones? ¿Es posible volver a la rutina sin sentir cierto abatimiento, pereza o desgana?
Los psicólogos enseñamos a las personas a entender nuestras emociones y saber de dónde nos vienen; por qué nos sentimos desganados tras la vuelta a nuestros quehaceres habituales. La clave está en dos aspectos fundamentales: nuestro lenguaje interno y nuestros actos.
Nuestro «automatismo» puede hacer que nos digamos frases como: «otra vez con los horarios, a despertarnos pronto, a hacer estas tareas, a pelearnos con estas personas, a andar con prisas…»; pero nosotros somos capaces de añadir nuevos; de transformarlos hacia: «tengo energías para sobrellevar la presión, puedo con ello, en otras ocasiones lo he conseguido, puedo hacerlo incluso mejor,…»
La segunda cuestión a tener en cuenta son nuestros actos: lo que hacemos. Si en el café del medio día (el que lo pueda tomar…) hablamos de lo mal que sienta volver al trabajo; de lo pesada que está la jefa, de que a este cliente no hay «langostino ni turrón» que le haga cambiar de actitud… probablemente el sentimiento de desazón nos vaya, poco a poco, inundando el corazón.
Si nuestros actos son: «aprovecharé esta rato libre para cambiar este regalo de navidad repetido por uno nuevo… ¿qué podrá ser?», «durante las vacaciones se me han ocurrido unas ideas nuevas para nuestro trabajo, te cuento…», «camino por la calle fijándome en las personas que parecen disfrutar de la vida…», «disfruto del aquí y del ahora»,… es posible que el desasosiego vaya disminuyendo.
Podemos ser más felices si ponemos de nuestra parte: identificamos nuestros automatismos y nos proponemos acciones e ideas diferentes.